• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Eskara la kakatua?

Por Javier Ancín

Escribo el título de este artículo en euskera por si Barkos se despista y me da una subvención por difusión de la lengua vasca, que con menos a algunos los ha forrado de billetes en el último reparto de subvenciones a medios de comunicación de Navarra.

Asirón e Itziar Gómez corren con LA Ikurriña durante la Korrika en Pamplona. MIGUEL OSÉS
Asirón e Itziar Gómez corren con la Ikurriña en favor del euskera durante la Korrika en Pamplona. MIGUEL OSÉS

Hasta la llegada de este cuatripartito nacionalista vasco -Podemos con su Cuenca extremeño incluido-, el euskera ni me iba ni me venía. En mi familia, de 16 apellidos navarros o 32 o 64, será por apellidos, la órdiga, los tengo todos, palabrita, pero todos, como hay Dios, solo hablaba euskera... nadie.

Ese idioma me resultaba una cosa ajena a mi historia sentimental. No me decía nada. Estupendo por quien lo hable pero a mí, más de Tierra Estella que el pantano de Alloz por parte de padre y más de Pamplona que la calle del Carmen por parte de madre, ni me iba ni me venía. En fin, que parezco el cansalmas de Borges con sus genealogías, a lo que iba.

Que yo recuerde, el euskera solo me ha servido para comunicarme una vez en mi vida. Fue en Barcelona, en el 2013. No sé ni qué hora de la madrugada era. Tarde, yo qué sé, tres de la mañana, cuatro. Precioso cielo de ciudad grande arriba, rumor de tráfico civilizado, tibia temperatura abajo, en la aceras, confortable. Barcelona estaba cosmopolitamente divina.

Acabaríamos esa noche, para completar mi felicidad urbanita, en un after al lado de la Iglesia que más me gusta del mundo: Santa Maria del Mar, más allá de las horas razonables del desayuno. Amanecer frente a una obra de arte bien vale un trocito de hígado y un poquito de irrealidad. Casi me metí con un vaso de vermú a explicar la simplicidad de los pilares octogonales góticos, extasiado, a los turistas japoneses que de par de mañana ya se arremolinaban a mi alrededor. Yo soy así con la belleza. Un pesado. Pero sigamos, que aún queda noche y aquello fue otra historia.

Amable noche. Divertida y feliz. Aún éramos jóvenes. Todavía no habían pasado tantas cosas, ay, aún no había llegado el año del diluvio de cada uno, y la exprimimos, joder. Mucho. Mediterránea madrugada con olor a tranquilidad y veranito, con seis amigos de Pamplona de los de toda la vida por las calles barcelonesas, con la única preocupación de trincar un taxi rápido para desplazarnos a la siguiente estación de nuestra penitencia juerguista.

Dejamos atrás el café Berlín, en la calle Muntaner con la Diagonal, después de haber hecho buenas migas con una camarera argentina divertidísima que solo se ponía seria con nosotros cuando alguno amagaba con encender un cigarro o salía con la copa de cristal del gintonic al carrer. De ahí fuimos a la discoteca Luz de Gas, en la misma calle, río arriba, veinte números pares después. Y ahí empezó mi odisea idiomática.

Como me tocaba pagar la ronda, me acerqué a la barra y solté mi salmo responsorial. Ave María purísima: tres Hendricks -con la tónica que te salga del ciruelo, camarada-, dos Seagrams con Cocacola -aquí, sí, de la americana, la del imperio- y un Macallan sin hielo para mí, whisky escocés, que vengo con ganas de internacionalizar el conflicto. Y comenzó a ponerme la comanda.

Saqué un par de billetes de 50€ en una mano y la tarjeta de crédito en la otra, adelantándome, que ya me veía que el astillazo venía gordo y pregunté por la dolorosa. El camarero me dio la cifra en catalán y no se la pillé, porque aunque el catalán no se me da mal, con las cifras en ese idioma siempre me hago un lío.

Le dije en español, suave, que yo también sé ser educado, conciliador, que perdone, que no le había captado, que cuánto era, por favor, para pagarle o con los billetes o con la tarjeta. Y me volvió a contestar muy borde y forzando el acento más allá de la “a” barcelonesa, que yo un poco de ese idioma por circunstancias vitales piloto, la cifra en catalán.

Vale, ya sé por dónde vas, amic, entramos en el terreno ese tan que me saca de quicio de no usar los idiomas para comunicarnos si no para diferenciarnos y jodernos, a cualquier hora del día. Muerte a la incomunicación, guerra, y se me cruzaron los cables, claro, no te jode, que la cuenta la pagaba yo y quería saber cuánto era.

Como tocado por una lengua de alcohol incendiada sobre mi cabeza, un pentecostés apócrifo y hecho un Cristo se apoderó de mi persona. Empecé a hablarle al tipo que tenía frente a mí en un euskera de camelo, porque yo euskera no hablo: txartela gorria u oria, coño (que tampoco ha sido para tanto la entrada al tobillo, joder). Jokoscampo eta saskibaloia (o como se escriba fuera de juego y baloncesto, que yo soy de tradición oral, copón). Ez busti eta ez tolestu (que si no te cargas el jodido bonobús de cartón de los noventa de la villavesa del siglo pasado, melón).

Pensé en decirle autobia, pero decidí que sí no se lo podía lanzar por escrito parecería español y no iba a surtir el efecto que iba buscando, así que me abstuve y me quedé mirándole, como esperando una respuesta. Ahí la tienes, báilala, imbécil. Que cuánto es l'addition, s'il vous plaît, con, que eres un con, que es como decimos gilipollas en francés.

El tipo ante mi parrafada en lo que él pensaba que era euskera se quedó desconcertado, petrificado, y como no decía nada y yo tenía unas ganas locas de lanzarme a mi puto whisky, le dije en perfecto inglés de Cambrils, que cuánto era, y ya, por si acaso, le dije también en español, para ganar tiempo, ese idioma en el que me había puesto las jodidas copas, con acento del norte, que cuánto era, la hostia, copón. Duro y seco y cortante y con la voz de ultratumba como solo sabemos ser y estar y decir los de aquí cuando nos cabreamos.

Le di las tres opciones y me respondió en español. Por fin. Al final tuve que pagar con tarjeta. Hostión. Previsible. Y esa es la única vez que el euskera me sirvió para hacerme entender con alguien, demostrándole que yo también podía hacer que no me entendiera una mierda y que era mejor que buscáramos un punto común en otro idioma si queríamos comunicarnos.

Estos días he leído en mi periódico, mi casa, aquí, en NAVARRA.COM, líder de todos los medios navarros, LÍDER, y que no recibe un puto euro de subvención por parte del Gobierno de Navarra porque los que aquí escribimos no somos navarros sino lapones o marcianos, y los que nos leéis y os quitan vuestros impuestos para pagar solo a los aberchándales tampoco; que por menos de lo que yo hice en Barcelona con aquel camarero, te forran a billetes los vascos del cuatripartito de Barkos si dices que escribes en euskera, aunque no comuniques un mojón ni en cantidad ni en calidad. Pues qué bien. Y eso es todo.


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