- miércoles, 22 de enero de 2025
- Actualizado 18:58
Desde hace unos cuantos 1 de enero me gusta madrugar y otear en silencio el año nuevo, a ver qué se vislumbra a lo lejos. No se observa gran cosa, la niebla y el frío tienen velado hasta San Cristóbal, pero queda guay la pose en la ventana, épica, con el café en la mano, como si por fin hubiera llegado al faro que anhelo desde siempre.
Yo tenía que haber sido farero: la taza humeante, la luz proyectándose contra la efervescencia de las olas, el sonido de la marejada rompiendo en las rocas, el chaquetón de paño marinero con los cuellos subidos, la noche para mí solo con esta pose intensita de anuncio de marca de café soluble.
La puñetera pose la tengo ensayada de siempre, que los miopes cuando miramos a lo lejos se nos pone esa cara de modelo para la historia, profunda, al tratar de enfocar algo en la consulta de la oftalmóloga. ¿Qué ves allí una eme o una ene? Una X, clarísima, mayúscula. Fíjate bien. O una uve doble ahora que lo dices. No sé, estoy medio ciego.
Cuando creces hay otro tipo de resacas, me digo, ese mirar al horizonte plantado en la costa, pegándote en las pantorrillas el agua que vuelve al mar. Una nostalgia que te toca en la espalda, que no te la quitas ni con toda la inmensidad del Atlántico que tienes en frente. La añoranza de las personas que ya no están, que se fueron, que partieron.
Espera, espera, espera... esto es demasiado literario y todos sabemos que la vida es menos lírica, más destartalada, más sucia, sin opción a milagro alguno.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Pues, como siempre, degenerando, porque todo era un plácido sueño hasta una vez más se nos ha jodido el Perú. Miro el salón y veo los restos de un naufragio: botellas de champán vacías, vasos con cerco en las mesas, en los estantes de la biblioteca, ceniceros abarrotados y un aroma a bingo del que no nos vamos a librar hasta San Fermín. El veinticinco-dos-cinco, por el chulo te la hinco.
Ya no se respeta nada. Algún cabrón ha usado mi colección de Tintines de posavasos. Ahora sí que esto parece un año nuevo como Dios manda, terrorífico y pastoso, con escombros, con los buenos propósitos tirados ya por el suelo.
La verdad de todo es que ayer hubo fiestón. Como siempre, sobró el último McCallan, la penúltima tanda de canciones de Rafaella Carra y solo me he levantado a escribir esto porque ha sonado el móvil a las putas 7 de la mañana para decirme la voz metálica de todos los jodidos días que es de recursos humanos, que agregue su número para una oferta de trabajo.
Desde que el puto Sánchez y su puto Psoe nos contaron que habían aprobado una ley que prohibía este tipo de llamadas, el bombardeo telefónico es más salvaje que nunca. Mierda de gobierno, ni el 1 de enero nos deja de tocar los cojones.
¿Alguien sabe dónde vive Coronalzorriz para ponerle un palillo en el botón del portero automático de casa y joderle a él también la resaca? Y eso es todo.