• viernes, 07 de noviembre de 2025
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Opinión / A mí no me líe

Rosalía, Lux y cierra España

Por Javier Ancín

"Rosalía consigue eso que con la edad vas perdiendo: el asombro inmediato de lo nuevo y la certeza de lo eterno".

Fotograma del último videoclip de Rosalía.
Fotograma del último videoclip de Rosalía.

Recordé, al hilo de la nueva canción de Rosalía —hoy sale su disco Lux—, las dos noches salvajes que pasé hace mil años en el Berghain de Berlín. Nosotros, por entonces, la llamábamos la Panorama, a secas: esa catedral industrial del tecno que percute con tal violencia la noche que parece que el sonido se arranca a jirones de las entrañas del infierno.

Recuerdo que, cuando ya habías perdido toda esperanza de sobrevivir a la oscuridad, el amanecer berlinés se colaba por las vidrieras del bar y rendía la atmósfera negra, animal, con aquellos colores que parecían caer del paraíso. La juerga infinita se convertía entonces en un alivio dulce, como si descansaras en el ojo del huracán —hecho arcoíris durante un rato— para recobrar fuerzas. Tuve la sensación de que aquella atmósfera multicolor, además de calentar la mañana, arropaba el sueño siempre en vigilia de una noche entera sin dormir.

También recuerdo la discusión con el célebre portero de los tatuajes porque no me dejaba meter una pequeña cámara compacta. Él no quería fotos y yo no quería soltarla: ahí estaban todos los recuerdos del viaje. No sé cómo entramos; le hicimos gracia, supongo, tan chalados, tan descarados.

Dice mi amigo Ilzarbe, cada vez que contamos el asunto, que no fue para tanto: que al final el tipo la cogió, la metió en una bolsa hermética y yo me quedé sin memoria, asumiendo mi amnesia, creyendo que jamás la recuperaría.

En eso pensaba al darme de bruces con el tema Memoria:

“Siempre que me acuerdo de algo
Siempre lo recuerdo un poco diferente
Y sea como sea ese recuerdo
Siempre es verdad en mi mente
Y si mi alma se derrama
Y la falta de pasado es el olvido
Cuando muera solo pido
No olvidar lo que he vivido.”

“Perdí mi mala hostia en Berlín”, dice Rosalía en Reliquia. Y me la imagino envuelta en esa burbuja de motas de colores del Berghain, perdiéndola, como la perdimos todos: abrigados por esa lux cuando pensábamos que, en ese búnker de hormigón y metal, ya no habría manera de volver a verla.

Es el garito más animal en el que he estado. Todo lo que te cuenten será poco. En esa canción hasta Björk parece domesticada: Rosalía embridando a la islandesa. Eso no lo puede decir cualquiera. Puede que nadie. El Berghain nos aplaca a todos, un poco como Nueva York: donde hasta los más famosos se vuelven anónimos por sus calles.

Al día siguiente volvimos fascinados. Y ya no volvimos. Hay lugares de donde no se regresa nunca. Jamás encontré otro sitio como aquel. Todo lo demás, cada farra que vino, fue sucedáneo.

En el rango vocal de Rosalía cabe un universo. Compone canciones con repeticiones, letanías, tartamudeos, jadeos, respiraciones de atleta y finales abruptos. Como la vida: que siempre termina de golpe.

“Perdí mis ojos en Roma”, dice, sobre una base que late como una Olivetti en taquicardia. Todos, en Roma —no hace falta ni conocer la ciudad, basta con su concepto—, nos hemos dejado los ojos, fundidos, mirando lo bello. Un mal amor en Madrid, como lo hemos perdido muchos, en ese rompeolas digital donde encallan los encuentros de esta era. Madrid: el mejor lugar de España para los amores imposibles, porque está en el punto medio de todos los amantes.

Mientras avanzas por el disco tienes la sensación de estar escuchando un clásico. Como aquella primera vez que vi Pulp Fiction, con dieciséis o diecisiete años en el cine: desde el primer segundo sabías que aquello iba a quedarse para siempre, porque no se parecía a nada que hubiéramos visto antes. Rosalía consigue eso que con la edad vas perdiendo: el asombro inmediato de lo nuevo y la certeza de lo eterno.

En esta época de inteligencias artificiales capaces de fabricar canciones a granel, ella se saca de la manga una joya única, que crecerá con los años, como el universo: que se expande hasta que se contraiga.

Rosalía es la síntesis de lo español del siglo XXI: lo antiguo que sigue vivo y lo nuevo que ya suena inmortal. Ahí está todo: el pasado —mi abuela reconocería sus ritmos sin ningún problema— y el futuro, que es lo eterno: la esencia siempre presente. Se atreve con lo que le eches, nada le es ajeno. Por eso puede elegir, para explicar su disco al mundo en una entrevista con Apple Music, el frontón más bonito que hay: el Beti Jai de la calle Marqués de Riscal, en Chamberí. Y hasta ahí llena el espacio de forma cómoda, plácida, sensual, paseando con sus tacones la cancha de piedra, como los gases, que tienden a ocupar por completo el recinto que los alberga.

Qué libertad, qué falta de complejos y qué arte tiene la tipa: en Graná, en un frontón de Madrid o en Barcelona. Y eso es todo.

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