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Opinión / Tribuna

El país de las sonrisas perdidas

Por Javier Ongay

Si la cara, como dicen, es el espejo del alma, a partir de ahora ese espejo refleja un alma colgada de las orejas, sin apenas expresión. Un alma semejante a un bozal.

Un niño con mascarilla posa delante del Ayuntamiento de Pamplona durante el primer fin de semana de fase 2 en la desescalada de la pandemia por coronavirus COVID19. En Pamplona, Navarra, España, a 31 de mayo de 2020.

Un niño con mascarilla posa delante del Ayuntamiento de Pamplona durante el primer fin de semana de fase 2 en la desescalada de la pandemia por coronavirus COVID19. En Pamplona, Navarra, España, a 31 de mayo de 2020.


31/5/2020
Un niño con mascarilla posa delante del Ayuntamiento de Pamplona. EUROPA PRESS

La mascarilla es ya un “complemento” más de nuestro vestuario, como el reloj o la bufanda. Pero es un añadido extraño porque lejos de adornar el rostro, lo atrofia y, más aún, lo culpabiliza como si nariz y boca fueran partes pudendas que el decoro obligara a esconder.

Las manos con guantes, la cara apenas asomando los ojos. Prohibido tocar, y sonreír y sacar la lengua, y besar, y sorber. Solo mirar e intentar ver en los ojos de enfrente lo que hay detrás y dentro de ellos.

Decía el otro día una sicóloga de las que ahora salen en la tele (sicólogos, biólogos y cocinillas acaparan medios y redes sociales para orientar nuestra perplejidad y llenar nuestras horas) que tenemos que aprender a sonreír con los ojos, a falta de boca. Quizá. Pero unos ojos, aunque transmitan alegría lo harán siempre sin matices. Todo lo expresivos que son para el llanto en todos sus grados, desde los ojos vidriosos a la lágrima tendida, resultan limitados para la risa. La boca, sin embargo, nos muestra desde la sonrisa tímida a la carcajada descarada. No hay color.

… Y ahora nos tapan la boca y nos dejan libres los ojos, la alegría confinada y el llanto a sus anchas.

Por eso digo que este país ha perdido la sonrisa, la de cada uno de nosotros, la del ciudadano que busca comida porque no tiene con qué, y la del político que busca argumentos porque tampoco tiene con qué.

Hemos perdido la sonrisa…, bueno, y en parte también nos la han robado entre un virus de los que se ven al microscopio y algunos otros virus de los que pasean por la calle y ostentan vitola de pandemia.

Lástima. Con lo bien que nos lo estábamos pasando y la gracia que tenemos los españoles para sacar un chiste de cualquier desgracia, va y nos tapan la boca, nos dejan mudos y sin una triste risa de ésas contagiosas que echarnos al alma.


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El país de las sonrisas perdidas