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Opinión / EntreArtes

Un pirata bueno

Por Juan Pedro Cano

Padilla se despide de su plaza cortando tres orejas a un extraordinario lote de Jandilla en una tarde cargada de emoción

El torero Juan José Padilla sale por la puerta grande de la plaza de toros de Pamplona tras cortar cuatro orejas, en la que ha sido su ultima corrida en la Feria de San Fermín. EFE/Jesús Diges
El torero Juan José Padilla sale por la puerta grande de la plaza de toros de Pamplona tras cortar cuatro orejas, en la que ha sido su ultima corrida en la Feria de San Fermín. EFE/Jesús Diges

Recuerdo su tarde del debut en Pamplona allá por 1999. Con Carlos Zúñiga de apoderado andaban batallando para meter la cabeza en las ferias con los avales del valor y la entrega del diestro. La Feria del Toro tenía las papeletas de apuesta ganadora y supuso un aldabonazo en la carrera del jerezano.

Fue una temporada de marchar todas las tardes a la puerta de chiqueros a recibir a sus toros a porta gayola. Así se llama su casa en Sanlúcar, y bien ganado tiene el nombre. Toda una declaración de intenciones de un torero que no quería dejar pasar la oportunidad que el destino le estaba brindando.

Comenzó a entrar en las ferias con las corridas duras, esas que hacen crecer la barba y no hay Gillette que de abasto. Esas que hacen romperte a sudar antes de llegar a la plaza, porque lo que hace sudar es el miedo. Padilla había encontrado su hueco, pero el destino le tenía preparado un cambio en Zaragoza.

En el coso Ramón Pignatelli, en 2011, sufrió una brutal cogida que hubiera quitado del toreo a cualquiera. Cuando todavía no habían pasado 48 horas del percance recuerdo las palabras de su apoderado Diego Robles diciendo que primero había que recuperar al hombre y luego intentar salvar al torero. Al mismo tiempo, el torero ya decía: «Voy a vestirme de luces otra vez».

El destino quiso que de una tragedia surgiera una preciosa historia de esfuerzo, sacrificio, lucha y Fe. Una historia que es un ejemplo de superación, de ejemplo a seguir en los momentos duros, demostrando una vez más que los toreros son de otra pasta. Es un héroe, nuestro héroe.

Su imagen saliendo del hospital para siempre quedará en mi memoria por su dureza y por la palabras de Padilla «Que nadie siente pena por mi». Todo lo contrario, ¿Pena? Ninguna. Admiración absoluta. La vida pueda zarandearte casi hasta la muerte y darte al mismo tiempo una oportunidad. Eso debió pensar Padilla: «Doy gracias a Dios por todo lo que me ha pasado. Me ha hecho más torero».

Posiblemente solo él pensaba, de manera convencida, que volvería a torear. Una quimera que solo un milagro podía hacer realidad. Y se obró. Se obró el milagro y en Olivenza volvió a vestirse de luces al año siguiente con un diseño de Justo Algaba verde Esperanza y oro. No podía ser otro color.

A partir de ahí una nueva etapa en su carrera entrando en los carteles más importantes de las ferias y alternando con las figuras. Un trágico y macabro destino le propinó lo que siempre había soñado. Alcanzó la gloria después de pasar todo un infierno, el pirata venció a todos los demonios.

Dentro de su temporada de despedida de los ruedos hoy llegaba la plaza más importante, su plaza, Pamplona. En cuanto pisó el ruedo para comenzar el paseíllo todo el público entonó a coro “Illa illa illa...¡Padilla maravilla!”. No solo el diestro tuvo que contener las lágrimas.

Si el toreo es emoción, en Pamplona la hubo a raudales, pura, sincera y con una intensidad como pocas veces se recuerda. Tan difícil plasmar lo vivido en estas líneas como aguantar la emoción durante toda la tarde. Al fin y al cabo ya lo dice Raphael en su canción, “los hombres también lloran”.

Que no quepa duda a nadie que cuando vea al Ciclón de Jerez vestido de calle puede decir bien alto y claro: “Ahí va un TORERO”.


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