• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / Ha sido columnista habitual del periódico El Mundo, colaborando también con otros periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Ha participado en el programa debate de TVE, 59 segundos.

Rivera quiere ser Suárez

Por Rafael Torres

Hay quien hace esfuerzos sobrehumanos por no tener identidad y quien busca una desesperadamente. "Identidad, ¿para qué?", parecían haberse dicho hasta ahora, parafraseando a Lenin, los partidos llamados "emergentes",

tan eclécticos y transversales ellos, pero Ciudadanos, que se ha debido creer los últimos sondeos y la inminencia de su ascenso al poder, cree llegado el momento de hacerse con una cuanto antes. Lamentablemente, y acaso por las prisas, la identidad que han pillado es un poco rara y viejuna, la de la UCD, aquel invento de Adolfo Suárez para procurarle una jubilación dorada y sin sobresaltos al régimen franquista.

La personalidad política de Albert Rivera consistía hasta ahora en la total ausencia de personalidad política. Circunscrito a Catalunya, le bastaba, para ir tirando, con ser la mosca cojonera del nacionalismo narcisista, pero ahora, que por circunstancias de la vida del país se cree llamado a más altos designios, se ha venido arriba y ha decidido, pues no existe ley que se lo impida, reencarnarse en Adolfo Suárez con todas las consecuencias, incluida la de montar una "transición" que sería, tras la del de Cebreros, la segunda. ¿Y qué ha hecho, de entrada, para convencer a la gente de su transubstanciación? Muy sencillo: irse a Ávila con su Ejecutiva y decir que la Ley de Memoria Histórica es un truño, pues no hay, ni hubo nunca, ni vencedores ni vencidos en la mayor tragedia de la historia de España.

Como va tan deprisa el chico, no ha debido de reparar en que con su segunda "transición" establece que el franquismo no se jubiló con la primera. Ciudadanos viene a amortizar, a jubilar, al PP, para sucederle y heredarle, cual cumple a su efímera condición de partido de derechas joven. Suárez, ciertamente, empezó por ahí, pero la diferencia es que casi cuarenta años después se sabe en qué devino lo que el desenfadado y pugnaz ministro secretario general del Movimiento había empezado: una democracia débil, limitada, enfermiza, gravísimamente afectada por la aluminosis de la corrupción. Pero Rivera, ya lo ha dicho, no es partidario de la memoria.


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