• jueves, 28 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Ofidia, la ¿Pamplona? imaginaria de Carlos Bassas

Por Eduardo Laporte

La serie del inspector Corominas transcurre en una ciudad cuyas similitudes con la capital navarra nos ofrece el juego de desvelar qué es real y qué no

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'Mal trago', la nueva novela de Carlos Bassas.

Onetti tenía Santa María, García Márquez su Macondo, Faulkner su condado de Yoknapatawpha, Benet su Región, Muñoz Molina su Mágina, Luis Mateo Díez su Celama —no confundir con Lezama—, Miguel Sánchez-Ostiz su Umbría.

Todas ellas trasuntos de ciudades bien reales, como la Úbeda del autor de ‘El jinete polaco’. ¿Por qué hacen esto los escritores? En primer lugar, para dormir más tranquilos. Si alguien osa hablar mal, desde su libertad creativa y personal, de una ciudad en la que casualmente viven otros miles de almas, la posibilidad de ser molido a palos, digitales o reales, es alta. Por eso se recurre a la ficción, al nombre inventado, por lo que tiene de amortiguador de la fuerza del mensaje, así como una cuestión de puridad literaria; si uno habla de Mágina y no de Úbeda es porque no se pretende describir de modo veraz un territorio, sino transcribir la concepción subjetivísima que ese uno tiene de ese tal lugar.

¿Y qué decir de Ofidia, la ciudad imaginaria de Carlos Bassas, escritor nacido barcelonés pero pamplonizado desde 1992 cuando se instalara en la vieja Iruña para estudiar Periodismo y después quedarse hasta el día de hoy?

He leído ‘Mal trago’, la tercera entrega del inspector Herodoto Corominas que el autor ha publicado en la muy digna Alrevés, con cierto ojo detectivesco. Rebuscando cual cerdo trufero cuanto de pamplonidad había en Ofidia, el territorio imaginario, entre comillas, de Bassas, alguien muy implicado en esto de la novela negra por cierto, como organizador del Pamplona Negra que este año llega a su tercera edición como quien no quiere la cosa.

Me he lanzado sin escrúpulos a esa cosa tan fea de buscar lo real entre la espesura de la ficción literaria. Espero que Carlos me perdone. Lo importante es que se hable, oiga.

DE BURBUJAS Y RICACHOS

En todas las ciudades, pueblos incluidos, siempre hay un puñado de familias poderosas. Gonzalo Garrido, en ‘Las flores de Baudelaire’, editado en la misma editorial que Bassas, habla de unos Krüger, que a mí me parecieron un remedo de los Knorr de Bilbao, unas de esas familiacas, junto a los Ybarra o Bergareche, que ostentan no pocos poderes.

En Pamplona tenemos a los Huarte. Quizá los Viscarret o Miguel Rico y sus asociados, que durante los años fértiles de la burbuja inmobiliaria hicieron más honor a su nombre. Luego están los Enrique Goñi o Ricardo Bermejo, que aspiran a ciudadanos Kane en versión amable sin lograrlo. En el último caso, a costa de mantener un negocio creativo en ausencia del creador que le insuflaba alma y razón de ser. Ofidia, digo Pamplona. Para todo lo demás, Santander.

«Corrupción, especulación, usura, codicia, margen de beneficios, dividendos, rentabilidad, ingeniería financiera, contabilidad falsa, tarjetas negras, mercado, mercado, mercado». Este es el perfil de uno de los prohombres de Ofidia, el particular Donalcito Trump de provincias que en la novela responde al nombre de don Juan Garayoa del Bosque (el único registro de resonancias vascuences; Bassas ha preferido no meterse en ciertos gardens y limitarse hacer un guiños colegas de género, como Alexis Ravelo o Rafa Melero, al usar sus nombres para bautizar a algunos de sus personajes).

En Navarra debemos de guardar bien las miserias las alfombras porque, corríjanme si me equivoco, aún no tenemos perfiles como el descrito, más acorde con un Francisco Correa, un Luis Bárcenas o un Miguel Blesa, santísima trinidad del mangoneo moderno. Ea, tuvimos el auge y decadencia de Caja Navarra, quizá uno de los capítulos más sonrojantes de la historia foral reciente.

PAMPLONA POR LOS PELOS

Quien espere encontrar un retrato cáustico de la ciudad camuflada en Ofidia entre las páginas de ‘Mal trago’ que lo haga sentado. En mis pesquisas lectoras he dado con algún comentario más cargadito que otros, pero no me ha parecido ver una vocación caricaturesca en la novela, ni un intento de retratar una sociedad concreta, como sí hace Garrido en sus últimas novelas. No sé si Pamplona da para tanto. O no era la intención del autor. Aunque sí que encontré algún párrafo con no poca chicha:

«El Instituto de Medicina Legal de Ofidia estaba situado en un pequeño edificio en la trasera del complejo hospitalario, justo al lado de la iglesia neoclásica que lo público había construido para tener contentos a los sectores locales más reaccionarios —los mismos que ahora se negaban en redondo a que esas instituciones accedieran a levantar una mezquita a petición de la minoría musulmana».

Hacia el final, hay una mención a un penal franquista «en un monte horadado a las afueras de Ofidia». El fuerte de San Cristóbal. Se recuerda no sin delicadeza ese «cementerio de las botellas» donde los presos fusilados fueron enterrados «como perros» en una fosa común de una de las laderas, con su «infame sentencia» enrollada en un papelito de siniestro náufrago.

Es uno de los pasajes en que más notamos latir lo real de la ciudad imaginaria. Por lo demás, Carlos Bassas no carga las tintas ni se detiene mucho en el territorio concreto, como si transitara por un escenario reticente a las fronteras, en una novela para muy chandlerianos urdida con desparpajo y mucho oficio.

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