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Blog / El espejo de la historia

Los Loyola leales a Castilla

Por Javier Aliaga

La estirpe de los Oñaz de Loyola, cuyo descendiente más célebre fue Íñigo López, más conocido como San Ignacio, rindió durante siglos vasallaje y lealtad a la Corona de Castilla.

Íñigo López de Loyola con armadura y el escudo de los Oñaz-Loyola con las siete bandas coloradas y el caldero con los dos lobos.
Íñigo López de Loyola con armadura y el escudo de los Oñaz-Loyola: con las siete bandas coloradas y el caldero con los dos lobos.

Íñigo López de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, considerado hasta la extenuación como “el vasco más universal” y al que Unamuno calificó como «el hombre más representativo de mi raza», perteneció a uno de los linajes más poderosos de la Provincia de Guipúzcoa: los Oñaz de Loyola.

El territorio guipuzcoano medieval estaba controlado por los parientes mayores o facciones nobiliarias. Básicamente existieron dos: los oñacinos al que pertenecían los Oñaz-Loyola, y los gamboínos. Estos clanes experimentaron, como en Navarra, el fenómeno de la banderización, con luchas por disputas de caudillaje o cuestiones territoriales. Esta situación provocó inseguridad en los habitantes de zonas rurales, los cuales tuvieron que agruparse fundando villas.

Los banderizos con sus solares y casas fuertes, organizaban la Provincia de forma jerárquica: hacía arriba con un vasallaje al rey castellano; y hacía abajo, a través de redes clientelares, con apoyo recíproco de los bandos subordinados. Los clanes guipuzcoanos tuvieron relación con los navarros, siendo los oñacinos aliados de los beaumonteses y los gamboínos de los agramonteses.

Aparte de los enfrentamientos entre banderizos de la Guipúzcoa castellana, frecuentemente  atravesaban el límite fronterizo, conocido como la frontera de malhechores, para hacer escaramuzas y fechorías dentro del Reino de Navarra. De todas las acciones de los Oñaz-Loyola, la más conocida, y a la que deben su heráldica, fue contra los navarros en la denominada Batalla de Beotíbar de 1321, en la que participaron Gil López de Oñaz y Juan Pérez de Loyola con sus cinco hermanos.

En reconocimiento de esta acción, el rey Alfonso XI de Castilla y León, al fundar la Orden de la Banda en 1330, concedió a los siete hermanos la condecoración, como glosaron los cantares y recoge Monumenta Ignatiana: «Este Juan Juane Pérez y su hermano Gil de Oñaz fueron los caudillos de la gente de Guipúzcoa, al tiempo del vencimiento de la vatalla de Veotivar… que con ochocientos hombres devastaron setenta mil hombres navarros y franceses». Estas cifras son exageradas pues el ejército navarro no disponía de tantos efectivos; según Campión en ningún caso superarían los dos mil quinientos a tres mil hombres.

Martín García de Oñaz, hermano de Íñigo López, heredero del señorío, destaca en su testamento la importancia del escudo familiar: «Las cuales dichas armas de la dicha mi casa e abolengo de Oynaz son siete bandas coloradas en campo dorado; y los de la casa de Loyola unos llares negros y dos lobos pardos con una caldera colgada de los dichos llares»

En 1451 la conflictividad entre parientes mayores y villas llegó hasta tal punto que requirió la intervención del monarca Enrique IV, sentenciando contra los nobles. El abuelo de Íñigo, Juan Pérez de Loyola, fue desterrado por cuatro años a Andalucía. No obstante, su lealtad a la Corona no se deterioró, la Casa Oñaz-Loyola se posicionó a favor de Isabel la Católica y en contra de Juana la Beltraneja.

En agradecimiento, los Reyes Católicos reconocieron por carta al padre de Íñigo, el vasallaje y los privilegios de los Loyola: «…nos los sobredichos rey don Fernando e reyna dona Ysabel, por facer bien e merced a vos el dicho Beltrán Yañes de Loyola, nuestro vasallo, acatando los muchos buenos e leales servicios que vos nos fecistes en el cerco que tovimos sobre la cibdad de Toro, al que el de Portogal la tenía ocupada, e asy mesmo en el cerco del castillo de Burgos e en la defensa de la villa de Fuenterrabíae por la presente vos confirmamos e aprovamos los dichos previllejos de los dichos señores rey don Enrique e rey don Juan»

Beltrán Yáñez tuvo trece hijos con Marina Sáez de Licona, de ellos Íñigo López fue el benjamín. El primogénito, Juan, murió en la campaña de Nápoles del Gran Capitán, consecuentemente Martín García se convertiría en el siguiente Señor de Loyola. No me consta, aunque no sería aventurado suponer, que los Oñaz-Loyola participaron en el contingente de 2.500 a 3.000 guipuzcoanos que engrosaron las tropas del duque de Alba que conquistaron Navarra en julio de 1512.

Lo que si sabemos fehacientemente es que en diciembre de ese año, Martín participó con las milicias guipuzcoanas en la batalla de Velate contra las tropas franco-navarras en retirada. Hernando, otro de los hijos de Beltrán Yáñez partió para el Nuevo Mundo; otro de nombre desconocido, murió hacia 1542, luchando contra los turcos.

Un año antes del fallecimiento de Beltrán Yáñez, la buena relación de los Loyola con la familia de Juan Velázquez de Cuéllar, contador mayor de Castilla –equivalente a un ministro de Hacienda-, propició el acuerdo para que el adolescente Íñigo se trasladase a la villa castellana de Arévalo, incorporándose a su palacio como un miembro más de la familia. De esta forma, el pequeño de los Loyola se educó como cortesano refinando sus gustos culturales.

Al fallecer Juan Velázquez, Íñigo López pasó al servicio de Antonio Manrique de Lara, duque de Nájera y virrey de la Navarra conquistada e incorporada a la Corona de Castilla. Íñigo participó, al menos, en dos acciones bélicas: en septiembre de 1520, en el asalto y saqueo de la villa de Nájera sublevada en apoyo del movimiento comunero; y la bien conocida de mayo de 1521 en el castillo de Pamplona, donde cayó herido y le supuso un punto de inflexión en su vida.

De sus treinta años anteriores hay aspectos que son desconocidos y que han sido objeto de especulación, incluso se le atribuye haber tenido una hija. El desconocimiento de toda esta época es debido a que su Autobiografía se ocultó durante casi dos siglos. Cuando apareció en 1731, según Luis Fernández Martín, el texto «está amputado». Los jesuitas del tiempo del prepósito general Francisco de Borja, habían eliminado «el primer capítulo relativo a “las travesuras de mancebo” que ciertamente San Ignacio contó» al portugués Luís Gonçalves da Camara. La manipulación se justificó por dos motivos: por un lado, evitar entorpecer el proceso de canonización, y por otro, la intervención de la Inquisición.

Sería preciso reseñar que el nombre de Íñigo nada tiene que ver con Ignacio; en 1537, año en el que fundó la Compañía, el santo para dar más universalidad a su obra, comenzó a firmar como Ignatius, probablemente por su devoción a san Ignacio de Antioquía. Cinco años más tarde, como muchos artistas y políticos, desterró para siempre su nombre de pila, Íñigo López, para firmar y darse a conocer como Ignacio. Con este nombre pasó a la eternidad y fue elevado a los altares en tan sólo 66 años.

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