• jueves, 10 de julio de 2025
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Opinión / A mí no me líe

El toro, arte frente a la simpleza antitaurina

Por Javier Ancín

"Es delirante pero comprensible que sea precisamente el alcalde de Pamplona y su partido, vinculado a la órbita de la ETA, quienes lideren los ataques, en vez de la defensa, del mundo taurino, ese tesoro artístico, cultural e intelectual que Pamplona ha guardado durante siglos".

Tercera corrida de la Feria del Toro de San Fermín 2025 con toros de Álvaro Núñez para Morante de la Puebla, Roca Rey y Tomás Rufo. IÑIGO ALZUGARAY
Tercera corrida de la Feria del Toro de San Fermín 2025 con toros de Álvaro Núñez para Morante de la Puebla, Roca Rey y Tomás Rufo. IÑIGO ALZUGARAY

Cuando el toro hace acto de presencia, se acaban todas las gilipolleces, ideológicas y digitales. Por más que lo intentan, demasiados influencers tratan de colarse en los encierros con cámaras: fracasan. El toro es un grabado de Goya, un cuadro de Picasso, un cartel de Miquel Barceló, un poema de Lorca, un artículo periodístico de Hemingway, no un vídeo para TikTok ni un post de Instagram.

Audiovisualmente, si quieres capturar un encierro o una corrida y que funcione, solo puedes hacerlo estando a la altura artística de las circunstancias: esos planos cenitales de la tirolina de TVE viajando sobre la Estafeta o esa obra maestra documental sobre Roca Rey filmada por Albert Serra, Tardes de soledad, que hasta el Festival de Cine de San Sebastián, con su sesgo woke, no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia y darle la Concha de Oro.

Es el rito, el arte, un espacio que solo pertenece a los humanos. En la tauromaquia, se toma esa naturaleza cruel, sádica y gratuita, otorgándole un fin: la belleza. Para mí, lo sorprendente es que alguien no vea belleza en un coso y la vea en la naturaleza, donde se mata más, donde todo es cruel, donde todo no tiene más fin que no tenerlo. La naturaleza refuta al antitaurino: es el mundo animal el que es cruel, sádico y gratuito.

Todos hemos visto cómo los animales se relacionan entre sí: se devoran unos a otros, para comer y también para no comer, y ya está. Sangre y vísceras desparramadas sin sentido alguno entre animales sesteando. Ver cómo un león desmembra a una cebra mientras aún está viva es un espectáculo cruel y gratuito.

Lo único que proponen los antitaurinos es lo mismo: matar al hombre, al torero, que el toro mate al torero, como sucede en la naturaleza cruel, sádica y gratuita que a ellos les apasiona. «Mátalo, toro», y ya está. Volvamos a casa, sin pensamiento, sin intelecto, sin arte, sin belleza, sin humanidad, felices porque nos creemos mejores que los taurinos. Tiene el mismo eco que lo que ha defendido la ETA y su mundo toda la vida: mátalo. Punto. Ya está. Quítale a ese ser humano todo lo que tiene y todo lo que puede llegar a tener, como explica Clint Eastwood en su película Sin perdón.

Es delirante pero comprensible que sea precisamente el alcalde de Pamplona y su partido, vinculado a la órbita de la ETA, quienes lideren los ataques, en vez de la defensa, del mundo taurino, ese tesoro artístico, cultural e intelectual que Pamplona ha guardado durante siglos. Si se fijan, todas las defensas que se escuchan de la tauromaquia son de una profundidad filosófica, reflexiva, apabullante. Por el contrario, todos los ataques que sufre este arte son de una simpleza insensata y una violencia tan desquiciada como salvaje.

Vuelvo a ver el encierro, fascinado por lo que el ser humano ha conseguido crear moldeando la naturaleza. Sube el tiempo por Santo Domingo y tú eres, en pocos segundos, el futuro, el presente, hasta que te adelanta y, antes de llegar al ayuntamiento, eres el pasado, cada día, cada carrera. Y vuelta a empezar, siguiendo por Mercaderes, camino de la curva de la Estafeta, que enfilará la calle más larga, que es la vida, para que por la tarde Morante ahonde en el misterio que el pueblo ha desbrozado por la mañana y se acerque a todas las trayectorias, a todos los compases, a todos los espacios que solo él sabe imaginar, poniendo cada vez su vida en ello.

Muere el toro, puedes comértelo como hacen los animales cuando matan, pero tendrá sentido, como el polvo enamorado del soneto de Quevedo. Y eso es todo.

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