No quiero convertir este escrito en un canto al Romanticismo, ya que aunque romántico sea para mí lo custodio.
- sábado, 14 de diciembre de 2024
- Actualizado 09:17
No quiero convertir este escrito en un canto al Romanticismo, ya que aunque romántico sea para mí lo custodio.
Sin embargo, amigos de Navarra.com, pretendo que al final de estas líneas que les entrego contemplen, en una futura velada con la persona a la que aman, una perspectiva diferente.
Los filósofos advertían que la Felicidad era aquello, como tal, inalcanzable. Yo no pienso así.
Inviten a comer o a cenar a su pareja; a aquella persona que aman y encontrarán la Felicidad, pues en este encuentro se dan todos los ingredientes sensitivos para alcanzarla.
En primer lugar se encuentra el tacto. Pasear el índice por su antebrazo o jugar con sus dedos.
La Felicidad no llega en un abrir y cerrar de ojos. La Felicidad es un conjunto. Es una composición, ¿me entiendes? La variedad dentro de la unidad.
Otro sentido que se da cita y que llena buena parte del vaso de la Felicidad alcanzable es la vista. Ya la están tocando y la están viendo. ¿Conoces visión más completa que la de posar tus ojos en tu amado o amada? Yo vivo frente a la mar, en mi maravillosa isla de Gran Canaria, y no lo suple. Claro que he visto atardeceres y amanaceres sobrecogedores pero no lo alcanzan. Paisajes verdes de mi tierra madre con tonalidades infinitas que no lo cubren. Pues ahí está, frente a ti, el mirador más bello al que puedas arrimarte. El balcón con las mejores vistas. Tú en primera fila. ¡Ay, Felicidad, qué bonitos ojos tienes!
Y a tus oídos llega su música. Manantial de palabras hilvanadas al viento. Susurros tapizados de armonía. Letras que brotan de un campo de aliento. Ya les dije que algo romántico era…
Te habla. Te dice cosas lindas. No sé, por ejemplo… ‘Te quiero’.
Ya conformamos tres volúmenes de nuestra propia enciclopedia de la Felicidad. Ya casi la rozamos. Estamos más cerca incluso que los dedos retratados en ‘La Creación’ de Miguel Ángel.
Y vuela, porque vuela cual cometa su aroma. Ese perfume que reconocerías en un bazar bañado de especias en Marrakech o Essaouira o, en el lugar más aromático del mundo. Se posa en ti y te recoge, te atrapa.
Un cuarto paso en el camino que hemos emprendido y cuyo final, la puerta de la Felicidad, contemplamos ya muy cerca.
Y llega el maitre o el camarero o tú mismo en casa o quien sea y nos sirve una copa de vino. Ese vino que ambos hemos elegido.
Y ahí te ves. Paralizado en el tiempo. Absorto del momento.
Rozando su delicada piel. Oliendo un perfume que es ya tuyo. Saboreando un vino en tus labios. Escuchando palabras que rubricaría Neruda y contemplando, ¡ ay, contemplando, las mejores vistas de tu vida!
Y yo te pregunto: ¿A qué esperas para invitarle a cenar? ¿Acaso te quieres perder esta explosión de sentidos?
Pues esa persona y no otra es… la composición de la Felicidad completa.