- lunes, 09 de diciembre de 2024
- Actualizado 17:25
La película ‘Los otros’ consagró a Alejandro Amenábar como director de cine a nivel internacional. Todos recordamos a Nicole Kidman cerrando las cortinas de las habitaciones o advirtiendo a los moradores que no podían abrir una puerta sin haber cerrado la otra.
Recuerdo que aquella casa me sobrecogió. Con el tiempo me enteré de que aquel caserón no se ubicaba en la Isla de Jersey como lo situaba el filme sino mucho más cerca de lo que podía imaginar. La mansión se hallaba en la provincia de Cantabria, concretamente en Las Fraguas, cuya localidad apenas llega a los doscientos habitantes. En ella se levanta un palacio denominado, palacio de los Hornillos, y que, a la postre, era donde, ficticiamente, mezclaba el mundo de los muertos con el de los vivos.
Estoy convencido de que muchos de ustedes, amigos de Navarra.com, conocen alguna estancia en su ciudad, pueblo o municipio similar a ésta.
Esas moradas abrigadas por un halo de misterio que acentúan aún más el deseo por habitarlas o por conocerlas.
Les contaré un secreto.
Hay una casa en Pamplona que a mis ojos siempre ha despertado una cierta inquietud. Un palacete con cuatro torreones octogonales en las esquinas y con un pórtico de entrada con dobles columnas toscanas.
El interior no lo sé. No lo he visto jamás. Lo he imaginado en cientos, qué digo, miles de ocasiones.
Imagino que el silencio de la estancia atrona entre susurros de almas ciegas que uno no sabe si sueñan con rosas o inventan nombres a las estrellas o te dicen hola o adiós yendo a tu lado.
Siempre he deseado habitarla o conocerla o dormirla una noche.
La presumo de mil y una maneras.
Quizás los suelos son de una madera que es un crujido por la mañana, un gemido por la tarde y un quejido por la noche.
Supongo que, en el interior de la casa, al golpear el viento o esa lluvia incansable de otoño las ventanas, éstas retumbarán por toda la estancia como si fuese un verso retenido.
Los pasillos serán en una planta luminosos como una luciérnaga y, en otros, oscuros e infinitos como una constelación.
Los muebles, quizá, serán de madera antigua y estarán tapados por sábanas que simularán ser fantasmas o amplias olas estáticas.
Un ama de llaves nos vigilará misteriosa mientras el tintineo de sus llavines se mueve al compás de la lluvia que golpea en el alfeizar o de nuestros pasos atropellados en la calle.
Ahí la tienen. En el número 1 de la Calle Bergamín con la Avenida Roncesvalles.
La Casa Goicoechea.
Para muchos es nuestra morada, nuestra casa preferida.
Y cada vez que pasamos por delante susurramos en nuestro interior aquello que exclamaba Nicole Kidman en la célebre película de Amenábar.
Exacto.
La casa es nuestra. La casa es nuestra. La casa es nuestra.