• martes, 16 de abril de 2024
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Blog / La cometa de Miel

El principito de Peña

Por Pablo Sabalza

Lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte.

Lápida del piloto Walker colocada en Peña, pueblo abandonado de Navarra.
Lápida del piloto Walker colocada en Peña, pueblo abandonado de Navarra.

La célebre obra escrita por Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, (mi libro preferido) versa sobre un piloto que se encuentra perdido en el desierto del Sahara después de que su avión sufra una avería. En tan inhóspito lugar será donde conocerá a un pequeño príncipe proveniente de otro planeta.

Fíjense si el destino es caprichoso que en julio de 1944 el avión del famoso autor del cuento infantil desapareció, en este caso en el sur de Francia, para nunca más saber de él.

Pero iniciemos el relato que esta semana deseo contarles.

A día de hoy son muchas, tristemente, las localidades despobladas que encontramos en la geografía española y que, incluso, el reconocido periodista, Iker Jiménez, en su programa de la noche de los domingos, Cuarto Milenio, ha filmado por extraños sucesos paranormales que han acontecido en esas casas abandonadas, en sus torreones o en sus calles otrora cubiertas de risas de chiquillos y hoy de viento y sólo viento.

Uno de esos pueblos silenciosos a los que hago referencia se encuentra en nuestra comunidad foral. Su nombre, Peña.

A escasos kilómetros de Sangüesa y siguiendo la carretera que nos conduce a la localidad y concejo de Gabarderal hallaremos una subida, tras dejar Torre de Peña, que nos presentará en lo alto (872 m.) la antigua villa.

Cuentan los que más saben que “la villa histórica de Peña era ya en sí un castillo, construido en su inicio como bastión de defensa, más adelante como enriscado puesto de vigilancia frente al ataque de los musulmanes y, posteriormente, como fortaleza de vigilancia de la frontera con Aragón.”

El castillo tiene referencias desde el siglo XI y fue mandado destruir por Fernando II el Católico en el siglo XVI.

En 1910 tuvo más de 100 habitantes, pero en 1952 ya solo quedaban tres familias, así que pronto las doce viviendas que conformaban el pueblo, el cura que subía desde el municipio de Cáseda a caballo a celebrar la misa, las tierras ayer dedicadas al cultivo del trigo y la cebada y, las ovejas, animal por el que se sustentaba la ganadería de la zona, se convirtieron en sombras del pasado.

Sin embargo, algo aconteció en este lugar en el año 1943.

Las fiestas patronales dedicadas a San Martín tenían lugar en Peña el 11 de noviembre y apenas duraban tres días.

Los habitantes de la villa y algunos vecinos llegados de pueblos cercanos como Sos del Rey Católico se reunieron ese día a venerar al patrón para, a posteriori, tomarse unos chatos de vino y degustar el queso de cabra, muy reconocido por los lares por lo exquisito de su sabor.

Un estruendo rompió el silencio de los feligreses saliendo del templo desconcertados y miedosos.

La II Guerra Mundial asolaba Europa y muchos eran los que caían en combate tanto en tierra como en el aire.

Y fue así, tal y como les narro, como un avión de reconocimiento del imperio británico fue alcanzado por una ráfaga de tierra de las baterías nazis del suroeste francés para estrellarse muy cerca del pueblo hoy deshabitado.

Con el tiempo se supo que el avión estaba pilotado por el capitán D. C. B. Walker y su copiloto A.M. Crow. Este último tuvo más suerte, ya que pudo saltar en paracaídas y dar con sus huesos en un punto de socorro como es S.O.S…del Rey Católico.

No fue así la ventura para nuestro “Antoine de Saint Exupéry navarro”, ya que el capitán no pudo saltar o no quiso abandonar su ‘barco con alas’ y falleció entre los peñuscos de la zona.

Los habitantes de Peña, hoy disfrazados de espectros como lo es su hábitat, dieron sepultura al aviador en su camposanto sito a 1000m de altura en el que éste a día de hoy aún vuela sobre un crucifijo de madera similar a un avión.

Con el tiempo se supo que el capitán se llamaba Donald Cecil Broadbent y que había partido de Inglaterra para fotografiar puestos alemanes en la costa vascofrancesa. Supieron también que volaba con tan sólo 28 primaveras, soltero, y que un hermano suyo vino hasta Peña en 1956 para poner la actual lápida.

El joven copiloto que salvó su vida en ese vuelo halló la muerte poco tiempo después en un bombardeo sobre Berlín. 

El Principito fue publicado el 6 de abril de 1943 y yo soy de los que piensa que desde esa fecha todos los aviadores que tienen una avería o caen sus aviones en algún lugar, sea hallado como el del capitán Walker o no, como el de Antoine de Saint-Exupéry, es porque tienen una cita con un pequeño de ojos azules y de rizos dorados.

Porque, mis queridos amig@s de Navarra.com, no se ve bien sino con el corazón, ya que lo esencial es invisible a los ojos y quizás, solo quizás, hoy el capitán Walker mantenga maravillosas conversaciones con El Principito en el desierto pueblo de Peña.

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El principito de Peña