“El prisionero de Azkaban” sentó las bases para la saga y representó el punto álgido de la franquicia
- sábado, 07 de septiembre de 2024
- Actualizado 19:15
“El prisionero de Azkaban” sentó las bases para la saga y representó el punto álgido de la franquicia
Se pierden muchas cosas fantásticas de la niñez cuando uno se hace mayor. Una de ellas, en mi caso, es la capacidad de ver una película infinitas veces por puro ocio. Dicen los psicólogos que la certidumbre de saber que, al final, todo sale bien es algo que atrae mucho a los más pequeños.
En el pódium junto con “Shrek 2” y “Un papa genial” de DVDs rayados está “El Prisionero de Azkaban”, la tercera entrega de la saga de 8 películas (¿Quizás también el mejor título?) de Harry Potter. Saga de la que ahora HBO planea hacer una serie para 2026. Algo que sonaría terrible si no fuera por la cantidad de detalles que las películas no pudieron abarcar y porque los responsables de la serie han sido productores de la exitosa serie “Succession”. Ah y que la denostada en redes sociales, J.KRowling, estará involucrada.
Se estrenó en verano de 2004, cuando empezó el modelo de franquicia de secuela, trilogía…Del que ahora Hollywood sufre una resacosa crisis existencial. Ese año ya se estrenaron varias secuelas: “Shrek 2”, “Spider-man 2” y “Kill Bill 2”.
¿Y por qué es especial? En términos generales por su director y su guion. Warner Bros. se atrevió a hacer algo que muchos estudios harían 10 años más tarde: introducir un director de cine independiente en una gran franquicia. El elegido fue el mexicano Alfonso Cuarón (“Gravity”) que maduró el tono con más escenarios reales, gran narrativa visual e introdujo cierto realismo mágico con menores efectos especiales. Por no decir que la cámara rara vez es estática y alarga cada toma todo lo posible transmitiendo inquietud.
Como buenos adolescentes, a pesar de llevar uniforme, cada estudiante lleva algo que le diferencia: anillos, ropa arrugada o pelo despeinado. Cuarón invitaba a los extras a darle un toque a su apariencia. Un gran contraste con el anterior tono de Chris Columbus, más familiar e inocente. Sin resultar pesado, hay una melancolía en toda la cinta y en los planos, Cuarón siempre aísla a Harry en la composición.
Por otro lado, el guion. Aquí el antagonista no es esa amenaza distante e intangible de Voldemort sino una tan escalofriante como que un psicópata de carne y hueso llamado Sirius Black. Tras llevar encerrado 12 años en la cárcel, Black acaba de fugarse.
Como todo buen thriller, la información que posee el protagonista es la misma que el espectador y va ascendiendo: en el minuto 9 aprendemos que un prisionero se ha escapado, en el minuto 17 que este prisionero busca matar a Harry, en el 46 que Black ha sido visto en Hogwarts, en el 62 descubrimos que este prisionero era amigo de los padres de Harry y los traicionó provocando su muerte, pero entonces… En el minuto 73 Harry empieza a sospechar que una de las víctimas mortales de Sirius podría estar viva.
Aquí Harry no se deja pisotear por sus tíos o Malfoy y por primera vez no le mueve proteger a sus amigos sino la venganza. Quiere acabar con Sirius Black y así vengar a sus padres.
Elementos como Azkaban, La Casa de los Gritos, el sacrificio de Buckbeack o las misteriosas historias y traiciones en los días antes de que muriesen los padres de Harry dotan a la cinta de mayor madurez.
Qué geniales motores de drama y tensión son esos dos aparatos que parecen ser más tecnológicos que mágicos: el mapa que permite ver quién está en Hogwarts y el gira-tiempo para viajar al pasado.
Finalmente, las secuencias que destacan sobre el resto son tres: la tensa llegada de los dementores al tren, la búsqueda de Pettigrew con el mapa y la casa de los gritos.
Curiosamente es la entrega que menos recaudó de todas, 808 millones de dólares y fue la última para la que John Williams compuso la banda sonora. Sin embargo, sirvió de molde para dotar a franquicias de tonos nuevos mediante la incorporación de directores con otras sensibilidades.
