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Opinión / Política Internacional

La vida, valor universal

Por Adriana Maldonado

El pasado 17 de agosto, por desgracia, Barcelona copaba todas las portadas de medios internacionales del mundo. Desde Le Monde pasando por The Telegraph o Al Jazeera retransmitían en directo cómo una furgoneta arrollaba en las Ramblas de Barcelona a centenares de personas y mataba a trece de ellas.

Manifestación en contra del terrorismo en Barcelona bajo el lema No tengo miedo EFE 2
Manifestación en contra del terrorismo en Barcelona bajo el lema 'No tengo miedo'. EFE

En apenas unos segundos, la ciudad cosmopolita e intercultural que llevó a España a acoger unos juegos olímpicos en 1992 se paralizó, produciéndose un silencio desgarrador que reflejaba la atrocidad que un asesino acababa de producir.

Si analizamos la situación, concluimos que la movilización yihadista actual no tiene precedentes. Si echamos la vista atrás, desde 2014 Europa ha sufrido más de treinta actos terroristas de esta índole, o lo que es lo mismo y más importante, atentados en el marco de una ciudadanía europea, global, occidental y libre.

El perfil del terrorista yihadista es de un joven de entre 25 y 35 años,  normalmente afincado en el lugar donde perpetúa la masacre. Además, lógicamente por su edad se desenvuelve perfectamente en las redes sociales las cuales utiliza como principal canal de captación, adoctrinamiento y divulgación. Estos jóvenes no entienden que el odio y el desprecio por la vida jamás pueden ser el motivo o justificación de ninguna acción.

Como consecuencia, la islamofobia lamentablemente crece cada vez que el yihadismo mata y a su vez miles de  musulmanes se ven en la necesidad de reivindicarse como personas de paz bajo frases como “el terrorismo no tiene religión”, “soy musulmán, no terrorista”. Lo cierto es que no podemos convivir con la desconfianza a lo diferente, lo desconocido.

Los asesinos pretenden bajo el miedo paralizarnos, hacernos retroceder a épocas pasadas.  Con sus acciones deleznables rompen familias, sueños y esperanzas, sí, pero no consiguen su fin porque  la ciudadanía defiende vivir en libertad y porque la violencia jamás llevará a lograr ningún objetivo y porque es un camino que no conduce a ninguna parte.

La reflexión que hago es que toda ideología totalitaria, colonizadora, que pretenda imponer su pensamiento en el mundo no es la solución a nada sino justamente todo lo contrario.

En situaciones de máxima tensión y dificultad es más honorable y necesario que nunca agradecer y poner  en valor el papel de miles de ciudadanos y ciudadanas anónimos, héroes callejeros que dedicaron minutos de su vida para ayudar y salvar a personas desconocidas. Por supuesto, también  el de la actuación de los Mossos, la Policía y la Guardia Civil, así como los servicios de emergencia y sanitarios.

España volvió a mostrar al mundo, bajo el grito de “no tinc por”, a una sociedad cohesionada y firme ante el miedo que nunca dejará que este se imponga. Porque no lograrán cambiar nuestra forma de vida, nuestros actos cotidianos y nuestra forma de vivir entre diferentes bajo los principios de paz, libertad y convivencia.

Cuando algo así sucede, cuando la ira y la locura matan,  la reflexión serena nos debería de llevar a la conclusión de que nada es más importante que la vida. Ante eso, todo lo demás es simplemente un complemento.


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