De la vieja Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), hoy blanqueada con otras siglas en el registro de partidos políticos, solo queda el tres por ciento.
- sábado, 14 de diciembre de 2024
- Actualizado 09:17
De la vieja Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), hoy blanqueada con otras siglas en el registro de partidos políticos, solo queda el tres por ciento.
Y perdón por la ironía, pero esa es la mochila de Artur Mas, su líder de entonces y de ahora, justo cuando su mente extraviada empezaba a soñar un plan de retorno a la presidencia de la Generalitat.
La mochila de corrupción arranca en el padre fundador, Jordi Pujol, cuyo patriotismo y el de su familia se mide en millones de euros. Prosigue en el escándalo del "tres por ciento". Y reina en los telediarios del aquí y ahora con el juicio público por el caso Paláu, una trama triangular (Palau-CDC-Ferrovial) al servicio de la financiación del partido de Pujol, Mas, Homs y Puigdemont, impulsores del llamado proceso soberanista.
Según el Ministerio Fiscal (acusación pública) CDC mantuvo con la empresa Ferrovial un "acuerdo criminal" que permitió a la constructora adjudicarse obra pública a cambio de donaciones ilegales para la financiación de partido entre 1999 y 2009. Se canalizaban a través del Paláu de la Música, según confirmaron esta semana los entonces máximos responsables de dicha entidad cultural, Felix Millet y Jordi Montull.
A saber: "Se ponían de acuerdo Convergencia y Ferrovial. Ferrovial me daba el dinero y yo se lo pasaba a Convergencia", declaró Millet. Montull ha sido más preciso sobre los pagos en efectivo que, al parecer, era el procedimiento habitual, señalando expresamente al tesorero de CDC: "Daniel Osàcar venía a buscar el dinero. Yo lo tenía preparado en un sobre, él lo recogía y se iba".
Hace falta tener una mente muy averiada para sostener que esos testimonios forman parte de una más amplia conjura del Estado para acabar con el proceso soberanista y con él mismo, como impulsor del "procès", mediante el uso de fondos reservados. No es la primera vez que usa ese argumento. Ni será la última, si nos atenemos a la frecuencia con la que, en las mismas entregas informativas, el desafío independentista viene asociado a temas de corrupción pura y dura.
Tal vez así se expliquen las prisas por romper cuanto antes con el Estado entre quienes sueñan con una república independiente donde se amontonen los intereses de Cataluña con los de los impulsores del viaje a ninguna parte. Me refiero a intereses no estrictamente patrióticos y ahora sometidos a la consideración de los tribunales judiciales.
Ni el proceso independentista ni el cambio de nombre del partido de Mas han servido para tapar el escándalo de la financiación ilegal de CDC. Sigue viva la imagen bifronte que amontona épica y corrupción en la política catalana por cuenta de los mismos protagonistas, alimentando la sospecha de que lo uno y lo otro van unidos. O mejor, lo uno viene a ser consecuencia de lo otro.