Un respiro, un paréntesis que servirá también para que la opinión pública descanse un poco del continuo martilleo de noticias al que ha estado sometida en los últimos tiempos referidas a posibles pactos de gobierno y que ha resultado algo pesado y cansino.
Transcurridos ya tres meses desde la celebración de las elecciones generales, y a la vista de cómo se han planteado las negociaciones por unos y por otros, parece claro que o el candidato del PSOE, Pedro Sánchez, consigue de una u otra forma el apoyo de Podemos para su investidura, o estamos abocados a unas nuevas elecciones generales que ya tienen fecha fija: el domingo 26 de junio. Si Sánchez consigue ese apoyo de Pablo Iglesias -con el que se reunirá este miércoles- habrá que ver cómo queda Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, con el que el PSOE firmó un pacto que contempla más de 200 medidas en caso de llegar al gobierno.
Lo que parece descartado es cualquier tipo de entendimiento con el PP, porque ni Sánchez lo quiere y en el caso de Rivera, ya ha dejado meridianamente claro que con Rajoy al frente es imposible ese acuerdo. El actual Presidente del Gobierno en funciones no parece dispuesto a dar un paso atrás y por el contrario sigue aferrado al derecho que en su opinión le asiste de liderar el próximo gobierno al haber sido la lista más votada, sin aceptar que en un sistema parlamentario como el español, el líder del ejecutivo no es el que más votos haya conseguido en las urnas, sino el que más escaños consiga reunir en el Congreso para su investidura. Y Rajoy sólo tiene el apoyo de sus 123 diputados, muy lejos de los 176 en los que se sitúa la mayoría absoluta.
Será por tanto después de estos días de paréntesis vacacional cuando se retomen las conversaciones-negociaciones para intentar formar gobierno, con una fecha límite en el calendario: la del lunes 2 de mayo. Si ese día nadie ha conseguido ser investido por el Congreso de los Diputados como Presidente del Gobierno, el Rey procederá a disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. Algo que en sí mismo sería un claro fracaso de la clase política incapaz de ponerse de acuerdo y de llevar a la práctica lo que los ciudadanos dijeron en las urnas el pasado 20 de diciembre. Y además, con el peligro añadido de que unas nuevas elecciones no resolvieran nada, porque los resultados fueran -escaño arriba, escaño abajo- muy similares a los de hace tres meses.