• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Desde la década de 1990 realiza entrevistas para el periódico El Mundo.

Niños borrachos y padres tolerantes

Por Esther Esteban

La muerte una niña de 12 años en Madrid tras sufrir un coma etílico mientras participaba en un botellón durante las celebraciones de Halloween, ha sido solo la punta del iceberg de un problema que nos afecta a todos

La menor había ido con sus amigos a un descampado, un lugar retirado del centro para hacer botellón.

Alrededor de las once de la noche, cayó desplomada y ya no salió del coma hasta que murió. Luego supimos que, al parecer, la niña había sido trasladada en ocasiones anteriores por la Policía Municipal a su casa en estado ebrio, que la habían encontrado muy bebida, con dificultades para hablar y para andar y que habían informado a los padres de la situación de su hija, aconsejándoles que vigilaran a la menor.

Estos días hemos sabido que el gobierno intenta sacar adelante una ley para hacer efectiva la prohibición de acceso y venta de alcohol a los menores y evitar el consumo en espacios públicos.

Los datos hablan por sí solos: el 68% de los jóvenes de 14 a 18 años admite haber consumido alcohol en los últimos días, más de una cuarta parte reconoce haberse emborrachado en el último mes y más de la mitad admire haber participado en un botellón. En resumen que, según el dato manejado en el Congreso de los diputados, cada año ingresan en nuestros hospitales 5.000 jóvenes, casi niños por intoxicación etílica y esas son palabras mayores.

Soy muy partidaria de abrir en España un debate en profundidad sobre la responsabilidad de los padres cuyos hijos sufren comas etílicos de forma reiterada, donde algunos, en casos extremos, están planteando incluso la retirada de la custodia. A mí no me parece mal que el gobierno pretenda sacar adelante una ley de "tolerancia cero" sobre el consumo de alcohol porque, efectivamente, resulta muy preocupante que la edad en la que nuestros chicos empiezan a consumir sea del entorno de los 13 años.

Pero en mi opinión, y lo he dicho en otras ocasiones, el foco no debe ponerse sólo en los padres. ¡Claro que nos corresponde a nosotros la responsabilidad de educar a nuestros hijos!, pero no somos nosotros quienes le vendemos alcohol siendo menores, quienes les permitimos entrar en discotecas sin que tenga la edad necesaria, ni tampoco quienes toleramos que se haga botellón en las calles e incluso que se delimite una zona para hacerlo sin que los chavales molesten.

Está claro que el abuso de alcohol, tan extendido culturalmente en nuestra sociedad, se está convirtiendo en un grave problema de salud de nuestros jóvenes. Sabemos que los adolescentes beben más que hace 10 años y que el inicio se produce cada vez en edades más tempranas, pero la solución no pasa sólo por multar a los progenitores. Esa puede ser una opción en el caso de que, por su estado, los chicos causen algún tipo de desperfecto y, de hecho, ya se comprobó, en el caso de la Kale borroka como los destrozos disminuyeron de forma importante, cuando los padres tuvieron que hacerse cargo económicamente de los desperfectos ocasionados por sus hijos.

Si se pretende penar a los padres por la conducta de sus hijos ¿cuales serían los límites?. Se podría extender las multas a padres que tienen niños obesos por permitirles comer demasiadas chucherías o también a quienes no controlan su forma de conducir cuando sufren un accidente?. El tema es complejo y el antídoto tiene un nombre: Educación. Prevenir que nuestros chicos no sean niños y adultos alcohólicos es tarea de todos y no sólo de los padres.

Ya existen leyes en nuestro país que permiten retirar la custodia a los padres que toleran las borracheras continuas de sus hijos menores, considerando que estos están en situación de desamparo. No hay que inventar nuevas normas sino cumplirlas, y también que los representantes públicos lo hagan, cosa que no hacen cuando permiten la venta de alcohol a menores o que se celebren botellones sin ningún tipo de control. Mirar hacia otro lado y cargar la responsabilidad solo en la familia es no querer ver el gravísimo problema que como sociedad tenemos delante.

Todos somos en parte responsables por indiferencia u omisión y hay que aceptarlo primero, para evitarlo después.


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