El Gobierno de Navarra, donde reina, pero no gobierna, María Chivite, salvo que se lo permitan sus socios, con ocasión de la prematriculación de los niños en los centros educativos, ha lanzado una campaña publicitaria para convencer a los padres de que saber euskera es una oportunidad de oro para sus hijos al garantizarles un futuro mejor.
La organizadora ha sido Ana Ollo, vicepresidenta segunda y consejera de Memoria y Convivencia, Acción Exterior y Euskera, ahí queda eso, que pertenece a Geroa Bai. El consejero de Educación, Carlos Jimeno, del Partido Socialista, al parecer no se ha dado por enterado de una campaña que afecta directamente a su función educativa.
El costo de la propaganda asciende a 55.000 euros. Como hace mucho tiempo no participo en la organización de campañas electorales, ignoro si esa cantidad es mucho o poco. Pero da para mucho. La Ribera se va a llenar de carteles con el lema “Dales nuestro legado, dales euskera”, al que acompañan eslóganes como “Para llegar más alto” o “Más conocimiento, más sonrisas, más cultura”.
La propaganda se hará en castellano, euskera, árabe, rumano y búlgaro. La superconsejera Ollo trata de convencer a los migrantes de que si quieren integrarse en Navarra es imprescindible saber euskera. Es un engaño propagar que sus hijos no tendrán futuro si no aprenden una lengua que en Navarra usa habitualmente entre un seis o siete por ciento de la población. El argumento estrella es decir que no podrán ser funcionarios. Otra falacia.
En la rueda de prensa del martes pasado se dijo algo notable. Según el director del Instituto para la Colonización Euskérica, resulta que entre los navarros que saben batúa está el porcentaje más alto de quienes tienen estudios superiores y que el conocimiento de lenguas extranjeras es mayor entre la población que sabe euskera que en el resto. Sinceramente, puede que estemos ante uno de los bulos a los que Pedro Sánchez ha declarado la guerra. Basta con observar cómo la mayoría del Gobierno y de los parlamentarios forales, que tienen estudios, se ponen el pinganillo cuando uno de ellos se dirige a la Cámara en la unificada lengua vasca.
Geroa Bai, la tapadera del PNV en Navarra, desde que en 2015 llegó al poder, ha conseguido convertir en tormenta la “lluvia fina” de la que hablaban los abertzales desde que entre 1977 y 1979 perdieron la batalla por la anexión de Navarra a Euskadi. La gran mayoría de nuestro pueblo sentenció en las urnas que no quería dejar de ser navarro. El campo de acción se trasladó entonces al ámbito de la educación y la cultura.
Hoy, con el consentimiento expreso o tácito del PSN, Navarra ofrece la imagen de una comunidad bilingüe. En otro tiempo, solo se utilizaban carteles bilingües en las carreteras de la zona vascófona. La nueva topografía impuesta por toda Navarra llega en ocasiones a extremos grotescos. Se conceden subvenciones y ayudas para la rotulación de comercios en euskera. Las instituciones forales –y menos las estatales– no son oficialmente bilingües con arreglo a la ley, pero lo son por la vía del hecho consumado, hasta el punto de que el “Nafarroako Gobernua” precede al “Gobierno de Navarra”. Los impresos oficiales son farragosos de leer porque van en bilingüe, salvo –casualmente– los del IRPF.
Para eludir la obligación constitucional de comunicar a las Cortes Generales los convenios para la gestión y prestación de servicios con la Comunidad Vasca y su autorización para formalizar acuerdos de cooperación, se inventó la triquiñuela del “Protocolo General de Colaboración entre el Gobierno de Navarra y el Gobierno Vasco”, firmado en 2016 por Uxue Barkos y renovado en 2022 por María Chivite. El protocolo supone que ambos Gobiernos se comprometen a poner en común prácticamente todas las políticas de competencia foral y estatutaria. Lo que quiere transmitirse es que Euskal Herria –término que ha perdido el carácter cultural que tuvo en otro tiempo– es una nación dividida, hoy por hoy, en dos Comunidades dentro del opresor Estado español. Su vínculo de unión está en el euskera. Eso es lo que está detrás de todo lo que rodea al batúa. Somos españoles por la fuerza de las armas desde principios del siglo XVI. Quien diga eso en un texto de historia o de cualquier manifestación de la cultura tiene asegurada publicación bilingüe y remunerada.
No es verdad que el euskera sea una lengua minorizada –que no es lo mismo que minoritaria– por una persecución feroz por parte del franquismo. Y así hasta el infinito. La triste realidad es que el nacionalismo, de todos los matices, se ha apoderado de un idioma venerable para inocular el virus separatista. Navarra nunca fue Nafarroa. Arturo Campión y el propio fundador del separatismo vasco, Sabino Arana, escribían Nabarra con b. Y desde 1911, el periódico nacionalista vasco se denominaba Napartarra, porque en la zona vascoparlante a Navarra la llamaban Naparra. Más aún, el órgano de gobierno del PNV en Navarra se denomina “Napar Buru Batzar”. Así que Navarra bai, Nafarroa ez.