Lo mejor de soñar es hacerlo con un recuerdo. Ese no te lo quitan tan fácil al abrir los ojos, no se esfuma, no tienes que pelear contra el tiempo intentándolo fijar en la memoria. Recordar en tres dimensiones, o más... que soñar un recuerdo es hacerlo hasta con el paladar.
Ayer soñé -que suena a canción de León Benavente- con cosas alegres, que pasaron, como todo cuando vas cumpliendo demasiado años. Una de las cosas más temerías y divertidas que he hecho en mi vida es conducir por la costa Amalfitana. Por mi carácter extrovertido y jovial, tardé dos minutos y cuatro gritos, a dónde vas puto loco, en hacerme y mimetizarme con los usos locales: aquí no hay normas. Evita el choque frontal echándote al arcén y buena suerte. En el Nápoles que yo conocí tenían la mayoría de semáforos apagados porque total, nadie los respetaba.
Hay que probarlo, me dije, a lo burro, sin medias tintas. Confiemos a veces en el sistema. Bajar marcha del Fiat Punto que te habían dado en la agencia de alquiler del aeropuerto, tirarte a mitad de la carretera en curva ciega, raya continúa, por supuesto, a un lado, acantilado mitológico al otro. Aceleras y el motocarro sin pedírselo, se echó a la derecha y el coche que me encontré de frente ídem de lienzo.
Tres carriles donde solo había dibujados dos, por arte de magia, sin barullos ni estridencias, así son las cosas por aquí. Qué maravilla... ya soy uno de ellos. Mi novia que era más del norte de Europa casi me mata cuando maniobré a la italiana, pero estas cosas me dan la vida, son sus costumbres, hay que respetarlas y honrarlas... al final llegamos sanos y salvos a Pompeya, que fue como llegar al paraíso donde menos Dios, que no existe, estaba todo lo demás.
Pero es lunes, suena el despertador en Irroña... y lo que supongo que será una otitis supurante lo trastoca todo. Sacado del paraíso a patadas. La realidad es que les cuento esto exclusivamente para hacer tiempo, por pasar el rato, por hablar de algo, aburrido, mientras una y otra vez rellamo al centro de salud, con el que es imposible comunicarse. Piedad, solo quiere una cita y que alguien me mire el asunto, me de unas gotas o un antibiótico para que deje de dolerme la cabeza de forma tan salvaje, para sacarme de la sien ese insoportable pincho que me está taladrando vivo. Tampoco pido la luna, copón.
35 llamadas... y silencio. A la 36 entro en una rueda con música del programa aquel infantil, el Planeta imaginario, donde solo consigo que una grabación me diga que permanezca a la espera como cien veces. A los tres o cuatro minutos se cuelga, te cuelgan, me cuelgan. Y volvemos a empezar el proceso. Ya llevo 15 y estoy de la musiquita de Isao Tomita, que por si no lo saben es el compositor japonés de la dichosa pieza, hasta los mismísimos ovarios.
¿Cómo demonios se contacta con un humano en el Servicio Navarro de Salud? Al final, 45 minutos después, alguien que ya no se diferenciar si es humano o máquina descuelga al otro lado y tras comentarle el problema me dice que solo me pueden dar una cita telefónica, que visto lo visto a saber cuándo me llaman, si me llaman, si no se corta mientras tanto de nuevo.
Lo peor de no tener algo es cuando crees que lo tienes y necesitas usarlo y te das cuenta de que ya no funciona. Una vez tuvimos un sistema de salud en Navarra, que lo hemos sustituido por un centro malo de telefonistos que lo único que te dicen es que no pueden hacer nada. Maravilloso. Mientras tanto Txibite te sube los impuestos cada año para sanidad, ya saben, eso te dicen... para sanidad de mis cojones, claro. Y eso es todo.
