• viernes, 27 de septiembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Alzórriz, el portavoz macarra del PSOE navarro

Por Javier Ancín

"Si no fuera un macarra no tendría necesidad alguna de negarlo, todos lo verían"

El portavoz del PSN Ramón Alzorriz durante una intervención en el Pleno del Parlamento. EFE / JESÚS DIGES
El portavoz del PSN Ramón Alzorriz durante una intervención en el Pleno del Parlamento. EFE / JESÚS DIGES

Hay reivindicaciones que son auténticas confesiones, como cuando Sánchez, el presidente que ha hecho de la mentira su forma de estar en política, exige una y otra vez que le creas. Es su gran obsesión: créeme, créeme... ¿Por qué esa insistencia en que te crea, por qué no debería de creerte, qué has hecho para que no te crea y trates de enfatizarlo cada vez con más sintagmas? "Les aseguro, les garantizo, me comprometo" fue la ristra del otro día.

Esa misma sensación tuve hace poco cuando Coronalzórriz, ese portavoz macarra del PSOE en el parlamento foral, se revolvió como un macarra cuando le definieron desde UPN y PP como macarra. Si no fuera un macarra no tendría necesidad alguna de negarlo, todos lo verían. Si lo tuvo que hacer es porque el mundo entero ve que la definición le va como anillo de calaveras al dedo.

Las pocas veces que fui al parlamento a ver de qué iba eso de los plenos saqué dos conclusiones artísticas: Que Maiorga era un dandi y que Coronalzórriz era un impresentable.

Un dandi decadente, como todo buen dandi. De ideas completamente equivocadas, pero un dandi en sus formas, lentas, pausadas, hasta esa manera que le vi, con toda su jeta, de liarse un cigarro en la mesa presidencial del parlamento era estética, tan ajena a este mundo que hipnotizaba. Como ese desplazarse que gastaba, se desgastaba, un fantasma de Canterville silencioso que supiéramos de él únicamente por el sonido de las cadenas que arrastraba y sonaban a cada paso. Eternamente abrigado, como un bohemio destruido del París del XIX, con su impecable abrigo de paño inglés que lucía cuando era parlamentario. Había algo fascinante en el tipo ese, completamente errado, pero cautivador.

Coronalzorriz es todo lo contrario. Una estética histriónica, egocéntrica y unas formas siempre despreciables. El único objetivo que persigue es el de crear malestar continuo allá donde se encuentra. Genera una incomodidad en la atmósfera cada vez que aparece, acaparando espacio, farfullando palabras ásperas, a voces, ademanes siempre aguardentosos, como un auténtico macarra. Cuando terminaba de hablar Coronalzorriz se hacía un silencio incomodo en cada uno de los parlamentarios. Era una cosa alucinógena, estupefaciente, como si todos miraran para otro lado y decidieran que lo que había pasado no había en realidad ocurrido nunca, que sobre todo se aprecia allí, como cuando ves a un jugador de fútbol en el campo que no luce igual en la tele.

La elegancia es innata y Coronalzorriz carece de ella pero en en vez de tratar de mitigar su aspereza, cultiva la macarrada por la macarrada. Y lo que es peor, quizá ni sea un acto consciente, simplemente sea su naturaleza, como la del cuento del escorpión y la rana.

Coronalzorriz produce incomodidad hasta en los suyos. Se ríe a destiempo con esa carcajada demente de quien busca aliados que se sumen al linchamiento sin sentido que está perpetrando. Ataca con una violencia que acojona hasta a sus socios los del partido de la Eta. Tendríais que ver a Aráiz, acostumbrado en su vida política a tratar con asesinos, revolverse incómodo en el escaño y carraspear cada vez que abandonaba la tribuna de oradores el personaje. 

No mide, nunca sabe estar. Aspavientos y amenazas. No modula jamás. Es una apisonadora de la mala educación, de la violencia, de la agresividad salvaje en cada una de sus comunicaciones. Da igual de lo que se trate en ese momento, va con toda la artillería de una manera desquiciada. Es de los que ve una mosca en verano y le mete un cañonazo.

Coronalzorriz se piensa que es un gigante de la política y únicamente proyecta la sombra de un molino dando vueltas con sus aspas, brazadas sin sentido, carentes siempre de grandeza alguna, que solo esparcen su olor de mediocre sin inteligencia. Vamos, lo que toda la vida se ha llamado un bruto, en Navarra, un brutico. Y eso es todo.

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