- martes, 03 de diciembre de 2024
- Actualizado 09:38
Es jodido escribir una columna desde la provincia. Entre la propia incapacidad del columnista, que si tuviera algún tipo de talento ya habría volado de aquí, de Irroña, y que el estímulo que se le presenta es desolador, no hay mucho que hacer.
Yo qué sé, Coronalzorriz reconociendo en la Ser que claro que utilizan las preguntas de control al gobierno de Txibite para, como decía el señor Lobo en Pulp Fiction, chuparse las pollas. Ante la constatación de un hecho tan burdo porque es el propio zoquete quién lo confiesa, solo queda suspirar con melancolía.
Háganse cargo, Coronalzorriz con ese verbo atropellado y siempre pringoso, preguntando a Txibite, ambos del PSOE, que sabemos que su gobierno, señora Txibite, es la leche y tal y cual y blablablá, para terminar con la pregunta siempre del estilo, ¿por qué su gobierno es perfecto?
En ese plan todo. Qué pereza...
Ante tanta perfección solo cabe rebelarse pecando. Yo cada vez peco más, soy un pobre pecador, como el protagonista la canción Sinneman, popularizada por Nina Simone y que hasta los vizcaínos de Belako tienen una versión portentosa.
La pereza... como pecado capital y salida a toda esta mierda. Me produce infinita pereza escribir sobre Coronalzorriz.
Ahora que lo pienso, Nina Simone lió una del estilo de este patán en la Ciudadela allá por los años ochenta, cuando en Pamplona venía gente, pasaban cosas, que básicamente es que subió al escenario con un pedo de colorines y se ciscó en todo lo que tenía ahí abajo.
Yo es la primera conversación musical que recuerdo, de mis padres con mis tíos... que estuvieron viendo el prodigio. Aún resuenan las risas cuando se lo intentaban explicar entre ellos, como si alguno de los enanos de mi familia que me rodean me escuchara hablar hoy del destalentado de Coronalzorriz y sus intervenciones públicas.
¿Coronalzorriz estaba también borracho, tío Ancín? Peor... él era así, él es así. Nina Simone al menos tenía talento. Coronalzorriz solo tiene un hueco donde tendría que estar el talento.
Los pecados, decía, vayamos por ahí. Yo peco mucho. Y lo suelo confesar sin problema con la mítica frase de ‘Padre, yo soy un pecador de la hostia’, la del Día de la Bestia de Alex De la Iglesia, otro vizcaíno, cuando colgó a Santiago Segura del luminoso de "Chuepes" en el edificio Capitol de la Gran Vía de Madrid. O quizás, ahora que lo pienso, no fuera en esa es en sino en otra.
Pecar es algo maravilloso. Pecar te hace libre, te libera, y no sólo de la dictadura de lo políticamente correcto.
Últimamente anda la izquierda queriendo instaurar el pecado laico en la sociedad, para controlarla. No les basta con que la gente cumpla o no las normas sino que quiere que las normas estén revestidas de un halo moral, que vaya el castigo más allá de la multa cuando las incumples. El reproche social, lo que convierte a las personas más que en ciudadanos en policía de la moral de las otras personas, buscando constantemente a quien vestir con el sambenito para aniquilarlo. Quien peca una vez contra la izquierda, quien duda, está muerto para la vida. A la izquierda no se le cuestiona, a la izquierda se le obedece.
Lo pensaba el martes, sentado en un banco del paseo de la Concha, mirando el mar, escapando de un día gris color Pamplona hacia el cielo azul donostiarra, con un café del Starbucks de la avenida de la Libertad en la mano, escuchando el monólogo inicial de Renton en la peli Trainspotting, percutiendo el Lust For Life de Iggy Pop en las sienes. ¿Por que los políticos del gobierno de Navarra pueden y tú no?
Elige la vida pero no elijas esa vida, elige otra cosa... o como dijo Juan Pablo II por el otro lado del círculo que ahora se cierra en el horizonte que tengo delante, no tengas miedo. No les tengas miedo, que son unos cazurros. Y eso es todo.