• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Violar el toque de queda

Por Javier Ancín

Antes éramos libres, hasta para dejarlo todo. Hoy no hay forma de revertir esta situación. No hay manera de saltar estos muros que no son físicos y por lo tanto, infranqueables

La calle Estafeta vacía al comienzo del toque de queda, a las 23.00. PABLO LASAOSA
La calle Estafeta vacía al comienzo del toque de queda, a las 23.00 horas. PABLO LASAOSA

Me pasa que no tenemos nada de lo que hablar. Llamas a tus amigos para preguntar qué tal y el qué tal se queda flotando. ¿Qué tal el qué? No lo sé. La vida está suspendida, como las fiestas patronales, como las gradas de los partidos de fútbol, como el sudor de aquellos conciertos de Pearl Jam, en el donostiarra velódromo de Anoeta a finales de los noventa del milenio pasado.

Dos veces los vimos, y las dos salimos empapados. Nos metimos luego en un autobús lleno de gente igual de sudorosa que nosotros y volvimos a Pamplona. Hoy nuestra pasado parece ciencia ficción. ¿De versad existió un mundo donde hacíamos cola para entrar en un bar de copas con sobre aforo, para divertirnos apiñados y felices?

¿Y tú qué tal? Recibo la pregunta como un bumerán que te llega por la nuca sin que lo esperes, dándote una colleja.

Mal... pienso, estoy de culo, asqueado y deprimido. Pero hasta ese mal con el que quieres desahogarte te hace daño porque en realidad hay otros que lo pasan peor y parece que es una queja absurda, que lo es. Antes me colgaba la mochila del hombro y desaparecía en cualquier momento, de madrugada. Arrancaba el coche y antes de las diez de la mañana ya estaba en cualquier ciudad. Hoy hace meses que no meto en la mochila ni el neceser para ir al gimnasio porque tampoco voy al gimnasio. Todo lo que era cotidiano ha desaparecido.

Aburrido, termino contestando. Esperando que no hurgue nadie en esa palabra, que pase de puntillas sobre mis respuestas como yo paso de puntillas sobre las de los demás. ¿Y la vida en todo esto donde queda? La vida en todo esto no existe. No hay planes que hacer ni sitios que visitar. La vida ahora es un limbo en el que estamos colgados, como aquellos personajes en la nave de Ulises 31, la serie de dibujos que vimos en la infancia.

Recuerdo cuando cambiar de vida era más fácil. Bastaba con querer que fuera otra y hacerlo. Como cuando decidí volver al pueblo desde la capital, también aburrido de ser una joven promesa de un mundo demasiado volátil. Si otros llegaban a la ciudad entrando por su puerta, yo salí de Madrid por el Café Gijón.

Una noche de primavera, cálida, me senté en su terraza, pedí una buena cena, un copazo de postre, me fumé un último cigarro y renuncié, quitándome para siempre la corbata. Subí por Génova paseando tranquilamente hasta mi casa de la plaza Olavide, metí los libros en cajas que recogió una mensajería al día siguiente y dejé todo lo demás como estaba.

No me llevé ni el coche. Aquel Saab 93 azul marino con tapicería de cuero gris oscura que conducía por aquel entonces. Allí se quedó, como en esa última escena de Somewhere, la peli de Sofia Coppola, cuando el personaje interpretado por Stephen Dorff, Johnny Marco, abandona en un camino de piedras el Ferrari con el que se se movía por Los Angeles, después de llegar hasta ese punto descendiendo por un embudo que comienza en una autopista de mil carriles. El tipo deja la puerta abierta, las llaves en el contacto con el motor en marcha y desaparece andando. Por fin excarcelado.

Antes éramos libres, hasta para dejarlo todo. Hoy no hay forma de revertir esta situación. No hay manera de saltar estos muros que no son físicos y por lo tanto, infranqueables. Si quieres hacer algo tan poético como desaparecer caminando, tarde o temprano vendrá la policía, te multará por violar el toque de queda y te devolverá a tu casa, donde ya no quieres estar.

Los gobiernos han decidido que ya no eres dueño ni de tu vida. Y eso es todo.


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