• domingo, 23 de marzo de 2025
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Opinión / A mí no me líe

Un Antonio López en el Museo de la Universidad de Navarra

Por Javier Ancín

"No todos los días se puede disfrutar de la obra recién entregada de un pintor que ya ha pasado a la historia del arte".

Algunos miembros de la Comisión Permanente  de la Universidad de Navarra cuando Ángel G. Montoro era rector:  de izquierda a derecha, Igor Errasti, Manuel Casado, María Iraburu, Ángel J. Gómez Montoro, Alfonso Sánchez-Tabernero, Concepción Naval, Gonzalo Robles, Luis Montuenga, Borja López Jurado e Iciar Astiasarán.
Algunos miembros de la Comisión Permanente de la Universidad de Navarra cuando Ángel G. Montoro era rector: de izquierda a derecha, Igor Errasti, Manuel Casado, María Iraburu, Ángel J. Gómez Montoro, Alfonso Sánchez-Tabernero, Concepción Naval, Gonzalo Robles, Luis Montuenga, Borja López Jurado e Iciar Astiasarán.

Capturar un instante es fácil: basta sacar un móvil, abrir la aplicación de la cámara, darle al botón y mirar el resultado. La mayoría de las ocasiones no hay alma en lo cazado; pero a veces hay suerte y sale un fotón. Aunque no es mérito nuestro: ha sido el azar quien te pone ahí la imagen.

Mi mejor foto de las millones que he hecho, la única decente, es una de la Gran Vía de Madrid, justo en la esquina con la calle Alcalá. Prácticamente es el mismo encuadre que el pensado por Antonio López; el mío es solo un plagio. Llegué con la moto al semáforo en rojo, me quité el guante, saqué el móvil, disparé sin mirar —con la visera del casco bajada—, volví a meter el móvil en el bolsillo superior de la parka, se puso en verde y salí. No me enteré de lo que tenía hasta bastante después, revisando la galería al día siguiente, como quien mira la lista de números premiados en la lotería de Navidad. Me ha tocado el gordo: pura suerte, sin más.

La diferencia entre nosotros y un fotógrafo es tenerlo pensado: la reflexión previa, el estudio, la idea, el ojo, el oído incluso. Saber cuándo apretar el detonador, acertar con el instante en el que el péndulo pasa por el punto central del metrónomo del mundo: el pulso. Por eso las fotos de Pablo Lasaosa —por decirte uno de los compañeros que trabajan para Navarra.com— son tan hipnóticas, tan vivas, tan intensas, y las nuestras suelen ser planas, diluidas, desafinadas.

La cosa se complica cuando al instante le toca echarle el lazo un pintor. Si te equivocas con la elección, echas a perder el cuadro, que te puede llevar años concluir. Creo que ese es el hiperrealismo al que ha dedicado Antonio López toda su obra, mucho más que a pintar con minuciosidad flamenca las ventanas de los edificios.

Ojeando el catálogo que tengo por casa de la magnífica exposición que le montaron en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, ves que los títulos de sus paisajes tienen horas e incluso minutos. Muchos parecen inacabados; pero en realidad no lo están: ya tienen lo que el pintor quería, elegir correctamente el instante. Lo otro solo es cuestión de tiempo —mucho, demasiado—. En los paisajes lo tiene más fácil: volver cada día de ese mismo mes, a lo largo de los años, para capturar esos pocos minutos donde el instante vuelve a aparecer ante sus ojos.

Últimamente se le ve algunas semanas del verano, durante algunos minutos de la tarde, frente a la madrileña Puerta del Sol. Deja unas marcas en el suelo para poner el caballete y sus cosas, y vuelve al día siguiente al punto exacto. Hasta que el instante desaparece y, con él, el pintor.

La complejidad se multiplica aún más con los retratos. Que Antonio López termine uno es un prodigio. Continuamente tiene que volver al instante que decidió; pero el instante en una persona no vuelve como las estaciones con sus luces. Un retrato requiere de un trabajo intelectual descomunal: lo tiene que volver a componer en su mente y, desde ese espejismo, trasladarlo al lienzo. Tiene que ser agotador mantener quieto el humo, la niebla, que los bordes no se te difuminen y se vuelva a perder en tu cabeza; y desde ahí, tener la maestría de, con un pincel, hacerlo pintura.

Ayer martes saltó la noticia de que uno de esos raros milagros lo vamos a tener en Navarra. Un retrato del exrector Ángel J. Gómez Montoro está colgado hasta mayo en el Museo de la Universidad de Navarra —ese oasis de Moneo que tenemos en Pamplona— para quien quiera verlo de forma gratuita. Después pasará al salón de Grados y será algo más difícil su acceso para el público general. Yo no me lo voy a perder: no todos los días se puede disfrutar de la obra recién entregada de un pintor que ya ha pasado a la historia del arte. Y eso es todo.

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Un Antonio López en el Museo de la Universidad de Navarra