Nos vamos a convertir en un desierto, insisten, como si las Bardenas no fueran un paisaje cautivador, como si no te pudiera parecer el lugar más hermoso de Navarra.

Hablan del desierto como algo horrible. “Nos vamos a convertir en un desierto”, anuncian apocalípticos, casi amenazan, como si eso fuera el mayor espanto que pudiera ocurrir. Para los que mataron a Dios, no se trataba de dejar ese hueco vacío, sino de llenarlo con su religión. La fe de los progres no se cuestiona.
A mí me gustan los desiertos, digo, y me miran como si vieran a un disidente que hay que ejecutar, no vaya a ser que infecte con este pensamiento en el grupo y lo resquebraje.
Nos vamos a convertir en un desierto, insisten, como si las Bardenas no fueran un paisaje cautivador, como si no te pudiera parecer el lugar más hermoso de Navarra.
El desierto, para un progre, es el mal. El bien debe ser lo contrario: el agua. Pero todos los que hemos leído literatura, desde la Odisea, sabemos que el mar no es un medio acogedor, sino la morada insondable de monstruos y tormentas asesinas.
El agua es lo que se interpone entre Ulises y su hogar. En el mar, todo parece apacible para que te confíes, hasta que Poseidón, un dios vengativo como pocos, lo levanta contra tu barco, tratando de que naufragues.
En el cristianismo, los desiertos son lugares de transformación, de vida, no de muerte. Es en el desierto donde Dios se le revela a Moisés. Es en el desierto donde Jesús vence a Satanás. Muchos profetas bíblicos vivieron en desiertos. Nuestra civilización viene del desierto. Las dunas doradas, su movimiento, su constante cambio, me parecen bellísimas.
Y si insistes, apelan a la ciencia para callarte, como si la ciencia fuera una. En la ciencia se han cometido tantas barrabasadas como en cualquier otro ámbito humano.
No nos remontemos a tiempos nebulosos. En 1982, el descubrimiento de Helicobacter pylori y su papel en las úlceras gástricas no fue aceptado por la comunidad científica. Los investigadores Robin Warren y Barry Marshall encontraron rechazo al proponer que una bacteria podía sobrevivir en el ambiente ácido del estómago y causar úlceras. Marshall, viendo que para doblegar a la ciencia había que ir más allá, llegó incluso a autoinocularse con la bacteria para demostrar que podía causar gastritis.
En 2005 ganaron el Nobel. Hoy las úlceras tienen tratamiento antibiótico. La ciencia ganó a la ciencia. La ciencia solo avanza cuando se enfrenta a la ciencia, cuando rompe paradigmas de científicos anteriores. La ciencia no es una mordaza, progres míos. Los dogmas modernos, la nueva religión progre, exigen bozales.
A mí me gustan los desiertos. Olas sólidas esculpidas con tierra por el viento, por el tiempo. Castildetierra como un monumento eterno contra la intolerancia roja.
Y si todo eso no les funciona, los progres siempre pueden recurrir a su truco final, con el que han llegado hasta aquí: las Bardenas son fachas. Y eso es todo