"Navarra ha sido un mero decorado en una partida ajena, un tablero donde las piezas se movían lejos de aquí, sin luz, sin actas, sin control democrático".
Desde hace ya una década, en Navarra no se decide nada. Mucho “vamos a recuperar la soberanía navarra”, mucha batalla de Noáin, mucha épica de feria de fritanga… pero, a la hora de la verdad —del ahora, del aquí—, Navarra dejó de decidir en cuanto llegaron los aberchándales. Se lo llevaron a Bilbao. Allí, en la sombra, se coció todo. En un caserío oscuro y solitario —como se hacen las cosas cuando no quieres dar explicaciones en el Parlamento foral— se acordaron las grandes líneas del poder que hoy manda en nuestra tierra.
Nos enteramos ahora porque alguien que estaba en el ajo ha decidido no comerse el marrón en soledad y ha piado. Y lo que ha salido a la luz confirma lo que muchos sospechábamos: Antxon Alonso, el aberchándal de Servinabar —donde está metido medio aberchandalato, ¡sálvese quien pueda, mujeres y niños primero!—; Cerdán; Koldo; Otegi; y Sánchez. Todos ellos, moviendo fichas en un escenario que mezcla la Moncloa y la sede de Ferraz con Nafacroa: hay que entenderse, pon a Txibite, que suba al trono Asiroff, dos títeres obedientes, rápido, kopón, que no hay un euro que perder.
Los datos publicados estos días sobre las reuniones secretas en aquel caserío vasco no sorprenden: Otegi, Servinabar Cerdán y el omnipresente Antxon Servinabar ultimando el apoyo de Bildu a la moción de censura de 2018. Reuniones clandestinas, coordinadas al milímetro, que acabaron empujando al PNV a cambiar la abstención por el sí tras una llamada de Sánchez y una reunión tensa, dicen, en un hotel de Madrid. La escena, ahora confirmada por la prensa, retrata hasta qué punto Navarra ha sido un mero decorado en una partida ajena, un tablero donde las piezas se movían lejos de aquí, sin luz, sin actas, sin control democrático.
Desde la llegada de los aberchándales vascos al Gobierno foral, la capacidad de decisión en Navarra se encuentra en su mínimo histórico. Nada se decide ya en esta tierra que presume, absurdamente, de “viejo reino”. Todo se negocia fuera. Todo se ata fuera. Todo se reparte fuera.
Lo llevo escribiendo desde el principio. ¿Habéis estado en un zoo? Pues ese es el proyecto de los aberchándales para Navarra: vestirnos con pieles y cuernos, embadurnarnos de sangre, colgarnos cencerros del culo con un capirote y un plumero para marcar el ritmo sabrosón, y enseñarnos a las visitas —las que vienen a hacer negocio, como las de Servinabar— para que digan: “mira qué folclóricos y vascos son estos aldeanicos navarros”. Reducirnos a lo pintoresco, disfrazados de identidad como en Port Aventura se visten los empleados de indios y vaqueros: figurantes con chapela para dar ambiente mientras se cierran los tratos de verdad en los restaurantes de tres estrellas del otro lado de la muga.
Porque las decisiones —repetimos—, como estamos viendo una y otra vez, se toman en Bilbao. El papel de Navarra en esta gran historia de “recuperar la soberanía”, “gora la batalla de Noáin”, “muerte a la escultura de San Ignacio” consiste básicamente en poner el culo para que el cencerro suene y la escena quede bonita. Una postal colorida para la sobremesa en la que los otros, los que mandan, se reparten el pastel.
Los vascos nos consideran familia, sí, pero no hermanos: primos. Y eso es exactamente lo que son los aberchándales navarros que les permiten mangonear Navarra: los primos que toda estafa necesita. Los primos de la tropilla. La karne de cañón. Los que salen a las manifas a montar jaleo, a tirar ciclistas, a hacer ruido con ikurriñas y con el soniquete nananananaaaa-naaaaa-naaaaa-naaaaa. Los que creen que esto va de identidad, de épica, de monsergas históricas. “Hoy soy un pringado, pero cuando consigamos la independientzia seré Kapitan Generaloak de la batalla de Noáin”. Ilusiones baratas, de Barataria, como los sueños de Sancho Panza con su ínsula, mientras sus jefes se reparten el botín sin testigos incómodos. Vamos, que son más españoles que la novela de Cervantes.
Y, a estas alturas, ¿qué más da? Si un aberchándal les ha votado toda su vida aunque vea que los suyos matan, ¿cómo no los va a votar si solo roban? Pues eso. Que nada cambiará. El sistema está engrasadoak. Y eso es todo.