- miércoles, 04 de diciembre de 2024
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Domingo. Ocho de la mañana. Llueve. Los pajarillos cantan depresivamente, como cuando de jóvenes volvíamos a casa de juerga. ¿Qué hago aquí? No iba a salir y me lié, o me liaron, para la fiesta de la democracia. Maravilloso. Yo venía aquí de suplente y he acabado en la mesa electoral de titular, como en las historias de superación de las pelis malas que echan por la tele después de comer. Empieza bien la cosa.
Buenos días. Buenos días. Tres tíos estamos. Aquí no hay paridad. Me siento en él pupitre de instituto que no se ha cambiado en 50 años y me dan unas hojas, un lápiz, una regla, un boli azul y un fosforito amarillo. Me entra un miedo profundo, atávico.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. Examen sorpresa. ¡No avisó! No hay ni interventores en la mesa, señal inequívoca de que a los partidos estas elecciones europeas les dan igual. O saben que es imposible adulterarlas abajo, donde está el populacho. Tres tíos que no nos conocemos formamos la mesa y que no sabemos a qué partido votamos cada uno. ¿Hacía qué lado propones el pucherazo a tus compañeros? Complicado. Solo somos un engranaje del sistema y por no tener, no tenemos poder alguno para liarla si quisiéramos liarla. Los líos, como de costumbre, de haberlos, están arriba, donde no los vemos, donde se cuece todo, donde nunca jamás tendremos acceso el ciudadano. Abajo es limpio ¿Arriba lo será? Supongo.
Nos repartimos las tareas: uno recibe a los votantes, el otro subraya en el censo y a mí me toca anotar con boli nombre, apellidos, número y orden de votantes, para conocer cuantos al final han sido. Y así hemos pasado el día que yo pensaba que iba a tener más lírica y que iba a ser más relajado. Error. Casi 700 nombres anotados de mi puño y letra de un total de mil posibles. No escribía tanto a mano yo creo que desde aquellos exámenes de desarrollar un tema en la universidad. Aureliano Buendia Buendía, número de censo 376. Usted es el votante 146. Hala, que pase el siguiente.
No hay épica alguna en esto, ni poética reseñable en una votación. Aplastados por el proceso, pienso, como en la obra de Kafka, donde no hay salida ni más vida que la mecánica en la que ni pinchas ni cortas, solo engranas. El único acto subversivo que cometí fue poner el móvil apoyado en la urna con la final de Alcaraz que íbamos mirando los tres de reojo. El naranja de la tierra batida es la única nota de color en una jornada dominada por el blanco insípido de los sobres.
No hay tiempo para nada, ni para pensar. Escribe, escribe, escribe... subraya. Otra vuelta de tuerca. No hay monjas votando, solo abuelos, muchos abuelos, la de Dios de abuelos, ni anécdotas más allá de un borracho sesentón con la papeleta del partido de la ETA empeñado en meterla sin sobre. Que no se puede, copón, joder... y poco más.
Hasta el recuento cuadró a la primera. Yo pensaba que de aquí saldría un artículo emocionante y solo me he encontrado la melancolía de lo implacable de la vida: somos todos esos espectadores del anuncio mítico de Apple en 1984, el de Gran Hermano.
En mi mesa prácticamente empate entre el PSOE y el PP. Tercero, significativamente distanciado del bipartidismo, el partido de la ETA. El resto, Vox, Sumar, Podemos... residuales.
La única nota discordante ese Alvise, con un puñado sorprendente de votos que no soy capaz de analizar porque por no tener no tengo ni Telegram, que es por donde se mueve hermético y que me es completamente ajeno como canal de comunicación.
Casi un millón de votos que no sé por dónde van, ni de dónde han salido... y flipo en colores. Me hago viejo, sospecho, como cuando veo esos conciertos actuales, con los estadios llenos, de artistas que no había oído hablar en mi puñetera vida. Habrá que reciclarse o la realidad nos pasará por encima, como una apisonadora. Y <eso es todo.