• sábado, 12 de julio de 2025
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Opinión / A mí no me líe

Los Sanfermines de Ione Belarra con Otegi

Por Javier Ancín

Otegi confesó años después que el día que su ideología asesinó a Miguel Ángel Blanco se fue a la playa porque para él era un día normal de verano. Ese es el personaje al que abraza Asirón, el alikate de Irroña, cada vez que puede.

La pamplonesa Ione Belarra, para celebrar que durante los Sanfermines de hace 28 años los etarras asesinaron a un concejal del PP de, precisamente, 28 años, Miguel Ángel Blanco, se ha ido a visitar a Otegi, de risas. Iba con ella su compañera del alma, Irene Montero, la proletaria multipropietaria con chalet, jardín, piscina privada, personal de servicio, varios coches y familia numerosa. Todo ello con menos de 40 años. Sí se puede… ser burguesa.

Se han sacado fotos también de paseo, andando, que se vean las piernas que a ellos nunca amputaron: no hay prótesis, no hay sillas como en las víctimas del terrorismo nacionalista vasco, solo más risas. Los tres a carcajada limpia. Hemos ganado. Y han ganado. El partido de los asesinos etarras tiene la alcaldía de Pamplona y el partido de Miguel Ángel Blanco, no.

El asesinato de Miguel Ángel Blanco me pilló en Londres. Lo que más recuerdo es que, en un mundo donde ni internet ni los móviles existían como hoy, la gente, cuando te oía hablar en español, te preguntaba por lo que estaba pasando. Todos buscaban información y esperanza. “¿Lo van a matar?”, recuerdo que me preguntó angustiada la dependienta de la tienda de Dr. Martens donde me estaba comprando unos botines. “Sí, claro. Un aberchandal no tiene compasión de nadie. Han asesinado niños, imagínate lo que les importa la vida de este joven”. Más o menos es lo que le dije. No tuve nunca ninguna duda de que lo iban a matar y que ninguno de los aberchándales movería un dedo por aquel chaval. La tipa me miraba espantada.

Otegi confesó años después que el día que su ideología asesinó a Miguel Ángel Blanco se fue a la playa porque para él era un día normal de verano. Ese es el personaje al que abraza Asirón, el alikate de Irroña, cada vez que puede.

Cuando lo mataron los aberchándales, el personal del hotel donde estaba con mis amigos nos dio el pésame con una tristeza infinita, como si hubieran matado a un familiar nuestro. El señor del kiosco, al que me acercaba para comprar prensa española —me acerqué bastante porque hace 30 años en el extranjero nunca sabías cuándo iban a llegar los periódicos, y con el que charlé mucho del tema esos días—, no quiso cobrarme la que aparecía Miguel Ángel Blanco en la portada entrando agonizante en el hospital de San Sebastián. “Me da vergüenza”, me dijo. Y nos dimos un abrazo, sin más motivo, quizás porque somos humanos, para sentir que aún hay humanos, que no solo hay asesinos hijos de puta en el mundo. Yo qué sé.

Sin el apoyo de la izquierda española, que siempre les ha dado soporte, siempre les ha hecho el boca a boca cuando la policía los tenía asfixiados, los aberchándales hoy solo serían el mal recuerdo de una pesadilla y no los zopencos que nos gobiernan Pamplona y España gracias al PSOE, Podemos y Sumar.

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