• jueves, 12 de diciembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

El euskera en Navarra solo sirve para que te enchufen de funcionario

Por Javier Ancín

Para uno que tuvieron que amaba el idioma, Imanol, se tuvo que exiliar a Alicante porque lo querían matar los aberchándales, esos grandes defensores del idioma... del tiro en la nuca.

Manifestación convocada por Kontseilua bojo el lema _Bide eman euskarari_ (Dad paso al Euskera). MIGUEL OSÉS_12 (1)
Una manifestación a favor del euskera en Pamplona. MIGUEL OSÉS

Hace años tuve una novia que hacía macramé. Estaba de moda aquello de hacer jerséis. Cogió un vuelo sorprendente la cosa. Se juntaba la gente e intercambiaban patrones, se ponían a darle al punto doble juntos, se confesaban trucos, se daban clases y cosas así. Era bonito aquello de ver a la gente con las lanas, las agujas y tejiendo chischás-chischás. Incluso algunos creían que podían cambiar el mundo con los ovillos y se afanaron en hacer fundas para el mobiliario urbano que colocaban por ahí, vistiendo la ciudad con sus creaciones. Aún hay farolas con restos de aquellos delirios.

El euskera es un poco el macramé de nuestra época. En pequeño, que hay muchos menos con el hobby del euskera en el mundo que con el de trenzar manoplas.

El euskera es el tapete de ganchillo de los brazos de la butaca de algunas casas de pueblo ya un tanto desvencijadas. Hace así como bonito en el salón de los yayos, le da un toque como retro, pero nunca sabes exactamente para qué sirve ese trozo hecho de hilos. Lo hizo tu abuela, le dicen a los niños que están con el móvil a sus cosas, mientras se vuelve a caer al suelo hecho un burruño a los pies del sillón de escay rojizo, el que se te pega a la piel hasta casi arrancártela a tiras cuando tratas de levantarte después de echar la siesta en verano. Hay que volver a colocarlo y enderezarlo todo el rato. Vuelves a poner el brazo y otra vez que se menea, incrustado en el codo, como el euskera, hasta que la abuela lo coge y lo lanza a un cajón porque será bonito, pero práctico, lo que se dice práctico, no es.

Estaba mirando mi biblioteca y me preguntaba qué habíamos sacado del euskera en los últimos cincuenta años. De todo aquello del tricotar yo saqué al menos alguna bufanda. Pero del euskera, repasando los libros que tengo ahí puestos, ¿qué hemos sacado de reseñable, que salte de su burbuja, de su cámara de eco? Descolgué uno de Atxaga, Siete casas en Francia, que me resultó imposible, a la altura de los de Juan José Millas, ilegibles, interminables, no por extensos, sino por insufribles.

Saqué los de Kirmen Uribe, que adquirió un poco de prestigio por la paletada de que el New Yorker le publicó un poema un tanto descafeinado. Se pueden leer pero sus novelas son también un poco insulsas, les falta, literalmente, carne.

Los de Unai Elorriaga, cortitos, naif, redactados en euskera aunque nada tienen que ver con el mundo del euskera, como los de los anteriores autores, y que leí con gusto pero también con la sensación de que tanta ingenuidad era realmente una tomadura de pelo. Y poco más.

De música, la última canción trascendente es la de Itoiz, compuesta en el 79, hace 45 años. Todo eso que se dio en llamar el rock radical vasco, unos funcionarios a sueldo de las concejalías de festejos batasunas sin mayor interés artístico. Laboa es un triste y para uno que tuvieron que amaba el idioma, Imanol, se tuvo que exiliar a Alicante porque lo querían matar los aberchándales, esos grandes defensores del idioma... del tiro en la nuca.

En Navarra lo poco que hay en euskera es Barricada, que todo lo cantó en español. Berritxarrak son unos cansalmas pero en la canción Oreka dan en el clavo del asunto: Creímos nuestras propias mentiras. En eso está resumido todo, en ese verso que Jon Juaristi también lo escribió con otras palabras: nuestros padres nos mintieron.

Pues bien, a este idioma sin más recorrido artístico y sin más interés cultural en Navarra que el de que lo chapurree un porcentaje muy minoritario de personas, Txibite, que ni lo entiende ni tiene intención de aprenderlo, quiere darle el 80% de los puestos del servicio Navarro de Salud. Médicas y enfermeros y celadores que no lo sepan no podrán curarnos, que es lo mismo que decir que la inmensa mayoría de los ciudadanos de Navarra son vetados para ser funcionarios en su propia comunidad. Y en esta anomalía social vivimos, seguiremos viviendo, porque somos así de iluminados y sobre todo, de pringados. Y eso es todo.

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