- sábado, 14 de diciembre de 2024
- Actualizado 11:46
Me hizo gracia ver el otro día a Asiron postrado de hinojos frente a la tumba de Carlos III, con su chistera de gala y todo, con ese porte de Pingüino de Batman que gasta el colega, después del desbarre histórico al que nos tiene acostumbrados cada vez que habla de Navarra y su historia.
Me hizo gracia verlo allí, saliendo de la catedral, después de honrar al descendiente de Carlomagno y de San Luis, el rey francés. Lo dice el propio epitafio, que está al alcance de quien quiere juntar la eme con la a, ma, para descifrar el mensaje que quiso dejar para la eternidad el monarca navarro en ese idioma que si no es latín, es descendiente, y sin rastro una vez más, será cosa de Franco, de ausencia oficial de euskera en Navarra.
Como están también esas flores de lis doradas sobre fondo azul por todo el atuendo del rey y en el almohadón en el que reposa su cabeza, símbolo de la realeza francesa. Por estar está hasta el nombre de Castilla en esa maravilla gótica que es el conjunto escultórico en alabastro de Carlos y Leonor de Trastamara.
Me hizo gracia porque la historia, tan callando, como el verso de Jorge Manrique, refuta todo ese discurso de Asiron y sus mariaberchándales, tan solo con que leas esa fuente principal, en forma de cenefa, al alcance de cualquiera que se acerque a la nave central de la catedral pamplonesa.
Si hay un episodio que los aberchandales tienen en su mitología casi como acto fundacional de su neura es la batalla de Roncesvalles, donde los vascorros mataron a Roldán liquidando de paso a toda la retaguardia del ejército de Carlomagno, el malvado Carlomagno, el fascista Carlomagno, el opresor imperialista Carlomagno... antepasado directo de Carlos III, el minarca más importante de la historia de Pamplona.
Por no hablar de San Luis, un ideal de gobernante católico que también quiso abrazar el rey Carlos para dar testimonio de su cristianismo y el de su reino a todos los que después vinimos.
Los antepasados junto a los que deseó el rey navarro hacerse historia, colocándolos respetuosamente a su vera, como símbolo de grandeza propia, familiar y referencia vital de sus políticas. Mi reino viene de aquí y yo soy descendiente de ellos.
Es decir, mal asunto para los que nos quieren hacer creer que Navarra era lo que nunca ha sido, el primer estado neurótico aberchándal.
Cada vez que veo a Asiron dándonos la chapa con la historia, a lo que me recuerda es a esos niños ofuscados con su primer juguete, ese básico de hacer pasar formas geométricas por su silueta, frustrados porque quieren meter el cilindro por el cuadrado y el triángulo por el pentágono.
Y que no entra, joder... pero tiene que entrar, le da igual, aunque sea a mamporros. Que las fuentes desnudas le refutan, no pasa nada, tenemos las explicaciones que son como el martillo que a garrotazos conseguirá hacerlas casar con sus prejuicios ideológicos aberchándales. Y eso es todo.