- jueves, 12 de diciembre de 2024
- Actualizado 08:24
Lo bueno de no ser periodista es que puedes hacer lo que quieras en este folio. No tienes que enclaustraste en las reglas del oficio porque no perteneces al gremio. Vas por otra senda, a tu bola. Eres un vino de pago, alejado de la denominación de origen porque te encorseta demasiado en unos mandamientos que tendrías que cumplir para llevar el sello.
Durante una época de mi vida, por curro, tuve que visitar muchos edificios, locales y pisos vacíos para hacer informes de ellos. Llegaba, me paseaba, miraba, sacaba fotos, hacía mediciones, tomaba notas y me volvía a la oficina para redactarlo. Muchos. Caros y baratos, muy caros y muy baratos.
En algunos estabas a gusto, relajado, te quedarías a vivir en ellos incluso, sin problema y en otros, te sentías extraño, tenso. No hablo de mierdas de esas sobrenaturales o espíritus o presencias y cosas de esas en las que no creo, hablo de experiencias previas que amoldabas a esos espacios nuevos: tal pasillo te recordaba a una peli de miedo que habías visto, tal habitación a una de la casa de tu tía abuela donde siempre fuiste muy feliz... en aquella cocina entra la luz de forma siempre depresiva, esa estancia tiene una humedad insana, como los días de muermo gris y frío de Irroña. Fantasías, juegos, sensaciones... todos esos estímulos hacían que estuviera a gusto en unos espacios o tuvieras ganas de acabar rápido y salir cuanto antes, incomodo, para respirar en la calle, calentarte al sol.
A mí me gusta ponerme delante de las personas y hacer un poco lo mismo que lo que hacía en ese trabajo. Ver las caras, escuchar los tonos, escrutar los ademanes y sentir, dejar que me trasmitan los gestos, los amagos, las miradas, las muecas, los renuncios, las medias sonrisas y las otras medias, las de hiena, esas que no se corresponden nunca entre los labios que ríen y los ojos implacables que permanecen completamente serios.
Hay seres que transmiten buen rollo, bondad, dan ganas de acercarte a ellos, se siente uno siempre bien a su lado y otros que en cuanto te aproximas solo quieres salir de ahí corriendo, como si dieran calambre, como si apestaran, aunque no huelen a nada.
El tío de la presidenta Txibite es de este segundo grupo. Desde que lo nombró su sobrina consejero del Gobierno de Navarra lo mirabas y solo transmitía sensaciones negativas. Un ser extraño, oscuro, atravesado, que cuanto más lo analizabas más rechazo te producía. ¿Por qué? Pues un poco por aquello que decía un perfil de Tuiter, un tal Noventa, que hacía unas radiografías implacables de la gente: prejuicios igual a experiencia más capacidad de reconocer patrones.
No tardó ni un minuto en confirmar nuestros prejuicios, que se saltó la ley de incompatibilidades con total desparpajo como primer acto reseñable en su nuevo cargo, un perfecto socialista subespecie sanchista, y de ahí un suma y sigue de chanchullos y presuntos delitos que van cayendo como un castillo de naipes al que se le ha soplado un poco, para quitarle el polvo, a ver qué había debajo. Y debajo había lo de siempre, uno del PSOE alérgico a cumplir las normas con un amor desmedido por enriquecerse, presuntamente, recuerden, que esto es solo un prejuicio.
A ver qué recorrido judicial tiene todo ese lío de las adjudicaciones a dedo de los túneles de Belate. De nuevo mucha pasta, de nuevo adjudicaciones de obras irregulares, de nuevo Navarra, de nuevo el PSN... siempre el mismo patrón. Y eso es todo.