• jueves, 12 de septiembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Nadie se acuerda del amigo vasco de Federico García Lorca

Por Javier Ancín

"Los rojos asesinaron por facha al arquitecto José Manuel Aizpurúa en San Sebastián, septiembre del 36, quince días después que a Lorca".

Real Club Náutico de San Sebastián. JOSU GOÑI / WIKIPEDIA
Real Club Náutico de San Sebastián. JOSU GOÑI / WIKIPEDIA

Paso habitualmente por el Náutico, Real Club Náutico de San Sebastián, en mis paseos donostiarras. Es como un imán, da igual la ruta que coja al salir de casa, siempre acabo en el mar, junto a esa joya arquitectónica que ya tiene casi un siglo: 95 años, exactamente. Es de una modernidad que aún hoy sorprende, tan fuera de tiempo, como si no lo tuviera, que es lo que define a las obras eternas. Si hoy aún está por encima de la realidad, cómo tuvo que que ser cuando se inauguró en 1929, un mundo de maneras y sombreros que hoy nos parecen antiguos y que está extinguido.

Sus formas se asemejan a un yate atracado en el muelle, mirando la bahía de la Concha. Sereno, ondulante como las olas, reluciente como un amanecer o un atardecer blanco, cristalino, como sus materiales. Cuando accedes no entras, te embarcas. Casi sientes el crujido de las maderas y la cimbreante mecedora que es el mar siempre, aunque esté en calma.

En Pamplona tenéis algo de esta obra y de este estilo, por ejemplo, en el edificio del Nuevo Casino Eslava en la plaza del Castillo, con esos balcones de materiales metálicos rematados en curva. Es bonito, pero no llega a ser inmortal, solo un regusto art déco que se agradece en cualquier caso, aunque más como copia que como propuesta original. Eusa no era precisamente ni un pionero ni un aventurero, recogía lo que previamente había visto que funcionaba. Siempre me ha parecido más un funcionario que un artista, pero bueno, eso ya son cosas mías.

Volvamos a lo original, al mar, a la playa, al verano, al embarcadero... ayer acodado en un barquito al que me habían invitado, mirando ese edificio contra la tierra, regresando del horizonte, me acordé de su creador, José Manuel Aizpurúa.

Un arquitecto de vanguardia, visionario, futurista... homosexual como Lorca, quién sabe si amantes en el precipicio, amigos en todo caso, mucho, tanto, que antes de regresar a Granada, donde lo asesinan tal día como ayer, 18 de agosto, Federico estuvo visitándole en la capital guipuzcoana dos veces esa primavera del 36, comiendo en la terraza de ese edificio, disfrutando ambos de la vida, la amistad, el arte... hablando de sus cosas, gozando de las vistas que son las nuestras. El mar no ha cambiado ni un milímetro en este tiempo. Refleja lo mismo, suben y bajan las mareas de igual forma.

Hasta que llegó la Guerra Civil con las putas retaguardias, las salvajes y cobardes retaguardias que se cobraron vidas como si no lo fueran, en algunos caso, como Paracuellos, de forma industrial. Los dramas de las guerras civiles no son los frentes, son ambas retaguardias, donde se asesina a conciencia, pasándose facturas no sólo ideológicas sino también personales.

Cuando matas a un hombre no sólo le quitas todo lo que tiene sino todo lo que podría llegar a tener, en este caso a idear, proyectar, construir... se nos privó de uno de los arquitectos más deslumbrantes que había, con tan solo 34 años. Los rojos asesinan por facha al arquitecto José Manuel Aizpurúa en San Sebastián, septiembre del 36, quince días después que a Lorca.

Hoy, la memoria histórica, esa cosa que se ha inventado la izquierda para reescribir los acontecimientos, solo permite acordarse de uno de esos dos amigos, condenando al arquitecto guipuzcoano al olvido. ¡Silencio! ¡A callar he dicho! ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio! Y eso es todo.

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