• miércoles, 20 de agosto de 2025
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Opinión / A mí no me líe

Ya no hay bares con ruido de grada

Por Javier Ancín

"Las redes sociales nos han acostumbrado demasiado a gritar en silencio. Y eso no es bueno. Eso es un cementerio".

Varias personas viendo un partido de fútbol en un bar. IA
Varias personas viendo un partido de fútbol en un bar. IA

Hacía tiempo que no veía a Osasuna en un bar de Pamplona. Una cerveza fría, la radio en la oreja y la tele arriba, como un altar pagano. Al poco de empezar el partido, pegué un tímido reniego y me miraron con fastidio varios clientes. ¿Qué invento es este? ¿Ya no se puede ponerle calor al fútbol? Qué silencioso se ha vuelto el mundo, me dije resignado, y me vino a la cabeza una historia de cuando era joven y lozano y aún no nos lo habían robado todo.

Lo primero que hice cuando me fui a vivir aquellos trepidantes y locos años a Madrid fue bajar al bar. Osasuna jugaba contra el Madrid y quería verlo en territorio hostil, casi más por curiosidad, por exotismo, por observación sociológica del enemigo en su guarida que por tema deportivo. Fue lisérgico. No entendí nada. Yo, que iba mentalizado para no decir ni «Pamplona», que nadie se fijara en mí, "pasa inadvertido, no te metas en líos, no le grites a la tele como en casa", me dije al entrar, y casi me pillan por estar callado.

Aquello fue alucinante. De Osasuna la parroquia no dijo nada, y eso que creo que empatamos, pero lo que soltaban de sus propios jugadores era de órdago a la grande. Un tipo con la camiseta blanca me miraba extrañado cada vez que un jugador merengue fallaba: "¿Y este por qué no le insulta a nuestro delantero que ha fallado un gol cantado?". Y yo le miraba confundido, tratando de sonreír conciliador, parapetado tras mi tercio de Mahou. ¿Qué coño pasa aquí? ¿Me habré metido en un bar de atléticos?

En la siguiente jugada, un pase impreciso de un jugador blanco que me caía especialmente mal me arrancó un cohibido "¡inútil!". Ay, Dios, a ver qué pasa. Y varios me miraron como en el meme ese que circula últimamente, el de los actores asintiendo a cámara: muy bien, lo estás haciendo muy bien. Vamos, sigue así, chaval. Y seguí así. Me vine tan arriba y desplegué tal repertorio de barbaridades contra los jugadores del Madrid que el tipo que me miraba raro al principio terminó invitándome a una cerveza. Esta gente está loca. Y volví a casa tan confundido como divertido por la experiencia vivida.

Me costó entenderlo. El nivel de autoexigencia de esta peña es fascinante. No juegan contra otro equipo, juegan contra sí mismos. Supongo que ese es el truco para tener 15 Copas de Europa: no azuzar al contrario, sino a tus propios jugadores, para que espabilen, para que no se duerman, para que no se acomoden y, si se acomodan, que pase el siguiente. La fama cuesta, que decían en aquella serie de baile ochentera, y aquí es donde vais a empezar a pagarla.

¿Ya no hay en los bares ruido de grada? ¿Las barras no son prolongaciones de los estadios? ¿El aroma a fútbol ha desaparecido del ambiente? ¿Comentar la batalla y darte ánimos o consuelo con un desconocido es una temeridad, porque seguro que alguien se molesta? ¿Qué nos está pasando como sociedad? Las redes sociales nos han acostumbrado demasiado a gritar en silencio. Y eso no es bueno. Eso es un cementerio.

Ayer añoré aquellos bares de madridistas de Madrid, donde podías meterte a voces con los jugadores merengues sin que nadie te mirara raro, donde, además, si lo hacías, te invitaban a una ronda. Y eso es todo.

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