- sábado, 14 de diciembre de 2024
- Actualizado 08:46
Nunca entiendo muy bien por qué la gente se cabrea tanto por cosas intrascendentes. Como cuando a la educación física le llamábamos gimnasia y el profesor encargado del asunto se ofendía más que si hubieras faltado a toda su familia. O como cuando en mis tiempos de estudiante de historia nos inocularon, nadie venía con ese prejuicio de casa, lo ofensivo que era que te dijeran que estudiabas historias, en plural.
Historias... nunca entendí cómo esa ese final podía herir tanto. A mi me gustaba, como llamar Bilbao al Athletic Club... que les hiere como si esa asociación con Bilbao fuera un pecado horrible, terrible, que a lo mejor sí, yo qué sé, pero que tampoco es que te llamen el Guarromán o el Contamina, provincia de Zaragoza. Mejor Bilbao que el impersonal y británico Athletic Club. Allá ellos.
Historias... que en realidad se tendría que decir ciclos o mejor aún, estudio procesos. Orígenes, ascensos, esplendores, decadencias, desapariciones. Básicamente eso es la vida, básicamente eso es la historia. Básicamente eso son las historias. Si los nacionalistas reclamaran todos el punto de menor expansión de sus neuras, se crearían unas maravillosas bolsas de vacío entre imperios donde los que defendemos una tercera vía, déjeme en paz con usar la historia para reclamarme algo presente y lo que es aún peor, futuro, podríamos vivir de lujo; progresar, enfocarnos hacia una existencia mucho más cómoda y serena.
Siempre me ha hecho gracia que alguien te levante el dedico para decirte que hoy tiene derecho a algo que ha quedado en el limbo, no ha seguido un proceso, porque en mil doscientos dieciséis coma trescientos veinticinco periódico puro, alguien hizo algo después de la siesta.
Me ha convencido, tome, todo esto, es suyo. Quién se puede negar a ello. Después de la siesta nada menos... tenías que haber empezado por ahí. Concedido, ya solo tienes que pagar la mitad de impuestos que tu vecino para el mantenimiento del hospital ese público que hoy, ahora, en este momento, renquea más que la Vespino con la que el abuelo iba a la huerta. Lo de los derechos históricos siempre me ha parecido una farsa tremebunda. Una forma de conseguir un privilegio presente apelando a algo tan dlevado como el conocimiento del pasado.
Y eso cuando es más o menos real, que cuando es inventada la movida, el mito, para ponernos más culturetas, como en los juegos infantiles alguno grita casa en el sitio que le pilla más a mano para no ser eliminado, la cosa es incluso más delirante. Esta silla es casa, o esta mesa, o esta cortina, o este árbol, o este banco, o está baldosa que, oh, causalidad, es sobre la que me encuentro.
La historia debería de ser una cosa técnica para técnicos y extirparla del populacho como está extirpado el cálculo de estructuras o la medición del ph de un fluido equis. La historia para el populacho, y ni te cuento cuando la engarzas con una ideología que básicamente consiste en decirle a un pringado que es mejor que su vecino, es una cosa peligrosísima.
Primero porque todos se creen don Quijote y ninguno Sancho Panza. Segundo porque no ibas a ser más guapo, eso solo le pasa a Asiron cuando le pintan en los cuadros defendiendo del asedio de las tropas guipuzcoanas el castillo de Maya... qué cosa de Maya. Le van a tener que cambiar el nombre. Y eso es todo.