Es triste el 14 de julio. O lo era en otro tiempo, cuando el 15 la ciudad cerraba, pero cerraba de forma literal, que no había ni una cafetería donde echar un mísero café. Los amigos desaparecían cada uno en su piscina, en su pueblo o en su destino de vacaciones, y no los volvías a ver hasta septiembre, cuando con la vuelta al cole Pamplona retomaba el pulso, levantaba de nuevo la persiana.
Se desmonta el vallado del encierro y ya todo es un descenso agónico que termina en una vela metida en un vaso de plástico, con la gente entonando el Pobre de mí, allá por la media noche. Todo es melancolía, menos en los franceses, que aprovechando su fiesta nacional, desembarcan o desembarcaban con unas ganas de hacer la fête que la ciudad ya no tiene.
¿Y después de tres años sin Sanfermines qué tal han sido? Psé, un poco sin más... hace meses aún vivían muchos en la ficción de que eran las mejores fiestas del mundo y cuando se fue desvelando el misterio, fuimos viendo que, como esa aristocracia venida a menos, ya sólo podíamos aspirar a unas fiestas de pueblo más. Si no fuera por el mundo del toro, por los encierros y las corridas -han tenido un éxito rotundo de público, han creado una expectación como yo no recordaba- que aún sostienen algo el prestigio en el exterior, de Pamplona no se acordaría nadie.
Lo que no ha cambiado es lo de siempre, unas fiestas utilizadas, manoseadas, violadas por el aberchandalato, que ven una masa de gente y le colocan delante su pancarta criminal, creando la ficción de que todos están apoyando sus mierdas.
Chupinazo, despliegue de pancarta en apoyo a sus asesinos. Plaza de toros, despliegue de pancarta en apoyo a sus asesinos. Procesión de San Fermín, reparto de hostias a los que no apoyan a sus asesinos.
¿Les gustan los Sanfermines? No, si no los pudieran seguir utilizando como escaparate para su ideología criminal, los destruirían como destruyeron en Riau-Riau, como van camino de destruir la procesión de San Fermín.
Ni una mención de las peñas, esos grupos residuales privados pero subvencionados por el ayuntamiento, a la última vez que se suspendieron los Sanfermines por un asesinato, el de Miguel Ángel Blanco, hace 25 años. Hay que pasar página, dicen los más condescendientes, para volver a su mitológico 1978, donde por fin encuentran un asesinado al que honrar.
La memoria del aberchándal no es que sea selectiva es que es un arma política más. 25 años es mucho tiempo, 44 años es de antes de ayer. Su página no hay que pasarla, esa hoja se tiene que quedar para siempre en el ahora. El aberchandalato disloca el tiempo de una manera sorprendente.
Irroña es una paradoja temporal... pero también espacial, que muchos, como marcianos en nuestra propia ciudad, huimos de ella a los dos días, se nos hace bola la fiesta más allá, buscando una playa en la que olvidarnos de nosotros mismos.
Desde la lejanía Pamplona por San Fermín es insípida e irrelevante, lejos queda aquella pancarta de peña que aparece en la Fiesta de Hemingway, 1923, recuerden, con el lema ¡Vivan los extranjeros! De aquel espíritu abierto y universal de hace un siglo ya no queda prácticamente nada. Y eso es todo.