Septiembre tiene algo de año nuevo. Siempre he pensado que los años tendrían que empezar después del verano y no tras el parón invernal, que será todo lo histórico que quieras, con sus Juliocésares y sus Papasgregorios, pero que poco tiene que ver con el devenir real del ser humano hoy y, si te pones a rebuscar, el de ayer.
En septiembre se vuelve a poner todo en marcha, es un pistoletazo de salida, apúntense al gimnasio, si empiezan a ahora podrán correr con garantías la San Silvestre, se vuelve al colegio, comienzan las temporadas radiofónicas, las novedades literarias se amontona en las pilas de las librerías. En cambio, en enero le metemos un frenazo a la vida para celebrar la Nochevieja. Distorsiona para los creyentes hasta la celebración religiosa de la Navidad, incrustado el Año Nuevo, de carácter pagano, entre celebraciones litúrgicas cristianas.
En el medievo intentaron buscarle una fecha con más significación religiosa pero al final el papa Gregorio claudicó y lo dejó como Julio César lo había diseñado hacía 1500 años. Antes de Julio César los años comenzaban en marzo, por eso el mes siete contando desde ese punto se llama septiembre.
¿Qué nos han traído los romanos? Pues todo, el calendario, por ejemplo. A nosotros incluso la ciudad, que antes de Roma, Pamplona, por mucho que te cuenten, solo es una niebla más inventada que real de la que desconocemos hasta el nombre, si es que lo tuvo, que a saber.
¿Por qué tiene que tener nombre todo? ¿Tienen nombre todos los asentamientos actuales de chabolas, por decirte algo a lo que podría parecerse Pamplona antes de Pamplona, si es que había algo, que, de nuevo, a saber? La fórmula más o menos Iruña entra mil años después en las fuentes históricas que la fórmula más o menos Pamplona, y se supone que una es anterior a la otra.
¿Y qué nos han traído los aberchándales? La destrucción del reino afrancesado de Navarra con sus tropas guipuzcoanas y la ikurriña inventada en 1894. Cinco años después que la creación del primer club de fútbol español, el Recreativo de Huelva, por
dar contexto histórico a tan ancestral asunto banderil.
Pero bueno, a lo que íbamos. Septiembre. Mes de comienzo y reencuentros y de libros forrados y de lápices aún con punta y de finales, claro. Mes este de promesas de volveremos a vernos el próximo verano. Nos escribiremos, decíamos antes, supongo que ahora es darse like en las fotos de Instagram... o yo qué sé, que no hay peor ausencia analógica que la presencia digital. Nunca mantengáis una relación a distancia, amadísimos lectores, porque es la muerte en vida.
Es terrible ver pero no tocar, estar pero sin estar. No envidio nada esta adolescencia de ahora, que Pancho se quedaba en Nerja pero para recordar, que es el comienzo de los olvidos. Ahora te quedas igual pero es imposible pasar página porque la página sigue delante de tus narices -la página y el libro entero que se va creando, como esa novela en marcha que son los diarios de Andrés Trapiello- aunque ya no puedas hacer nada con ella, ni colorearla, ni subrayarla, ni escribir palabra alguna en los márgenes. Las
relaciones humanas actuales no mueren, como antes, se quedan en un plano espectral, atrapadas como los fantasmas en un castillo, sin poder hacer mucho más que mover los muebles a cliks, para dejar constancia de que sigues ahí.
¿Quién anda ahí? El ectoplasta de las vacaciones pasadas dando por saco. Y eso es todo.
