- martes, 03 de diciembre de 2024
- Actualizado 00:06
Como los jubilados millonarios tenemos mucho tiempo libre, me puse hace unas semanas a ver de nuevo las pelis de Kubrick. La última fue Senderos de gloria.
Llevo días dándole vueltas a la escena final. Esa donde a una turba de soldados franceses, borrachos y enloquecidos, en un improvisado café teatro, les presentan desde el escenario a una mujer asustada, que es alemana, el enemigo. Cuando parece que van a abalanzarse sobre ella, comienza a cantar y ese público embrutecido, acaba bajándose de ese pedestal de fanatismo que proyectan sus miradas, uniéndose a esa voz haciéndole los coros, de forma melancólica, tomando conciencia de que todos son humanos, tomando conciencia de que hasta en la violencia de una guerra hay reglas.
Quizás donde más necesarias sean, en las hostias. El coronel Dax, Kirk Douglas para los amigos, mientras contempla el episodio de sus hombres desde las cristaleras exteriores del local, recibe la orden de partir inmediatamente al frente y en vez de cortar la comunión que les derrumba el ánimo, en vez de obligar a su tropa a volver a la mirada inyectada en sangre, solicita que les dejen un rato más, déjales un poco más, déjales que sean humanos, seres humanos unos segundos más. En esos segundos es donde habita nuestra civilización. Ahí nos encontramos viviendo la mayoría de nosotros.
Nuestra civilización se conmueve. Tenemos piedad, tenemos compasión. Nuestra civilización se apiada. Dentro de la barbarie somos capaces de hacerlo. Ese también es un rasgo que nos define a Occidente. Occidente no entra en las granjas del enemigo y comete las atrocidades más salvajes que puedas imaginar contra los civiles que allí duermen. Occidente no graba decapitaciones de bebés o de niños a los que les han prendido fuego o de mujeres a las que violan entre cadáveres de sus amigos, como cuentan los supervivientes de la masacre del festival de música que hicieron con ellas. Occidente tiene compasión.
Nadie, ninguna de las unidades más duras de asalto de los ejércitos occidentales, aceptaría hoy, en 2023, unas órdenes como las de tomar un recinto civil y masacrar a sangre fría a padres, a madres, a niñas y a niños en sus camas, en sus cunas. Ninguna operación especial sería diseñada con el objetivo de llevarse mujeres secuestradas a sus bases para violarlas de manera industrial.
Hay un vídeo que ha vuelto a circular estos días de un padre palestino que lanza a su hijo pequeño por un sendero -los Senderos de Gloria no conducen sino a la tumba, reza el verso de Thomas Gray-, cinco años tendrá, contra una patrulla de soldados de Israel.
Mientras grita que lo maten, que le disparen, que acaben con ese chavalillo que avanza con una bandera en la mano, sin entender nada, sin saber por qué su padre en vez de protegerlo lo usa como ariete, el soldado que está en vanguardia baja el arma, le ofrece la mano, el crío se la choca cómplice, divertido. El militar se rebusca en los bolsillos del uniforme y finalmente le da algo al niño, seguramente una chocolatina, un caramelo, algo así, que se lo enseña feliz a su padre, que solo quiere que le peguen un tiro, para tener gloria. Y eso es todo.