• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Solo es el otoño

Por Javier Ancín

Fuera hace otoño y dentro es una cafetería de barrio con un café bebible no muy caliente, como me gusta.

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Café sin azúcar en una cafetería de Pamplona.

Desde aquel accidente en el que casi me abraso vivo al explotar aquella puta caldera de gas no soporto el calor en ninguna parte de mi cuerpo. Eso sí, el verano me gusta, pero a la sombra. Contra el verano, en parte por su luz, siempre vivo mejor.

Va a ser mi primer otoño sin azúcar en el café. He dejado el azúcar y por ahora solo siento una tristeza en el paladar y en la parte final de la lengua. Es una sensación excesivamente amarga, como el primer trago de cerveza de tu vida. Es tan alto el nivel de amargura que piensas que jamás te acostumbrarás a ello, pero sabes que en la vida al final te haces a todo, hasta a la cerveza que hoy tragas con gusto. Quién me lo iba a decir, sin azúcar, amargado y esperando a que pase. ¿Y si no pasa nunca?

El café sin azúcar por ahora solo consigue una cosa: me pone triste, y cuando algo me pone triste me meto en cualquier librería a comprarme un libro. Ayer estuve en Gómez de la plaza del Castillo. Sigue siendo la mejor. Libreros que venden libros. Punto. No quieren cambiar el mundo, solo quieren vender libros, todo tipo de libros, cuantos más tipos de libros mejor.

No te dan la marga con nada y te dejan libre a tu bola. Me encanta esta librería. Yo curré en Gómez seis meses antes de irme a vivir unos años a Madrid. Mi primer curro en Pamplona y el último, porque no he tenido más en este pueblo. Han sido los únicos que me han dado un trabajo aquí. Me pagaban en pesetas y me dieron una paga extra por Navidad. También han sido los únicos que me pagaron una extra en mi vida. Ojalá haber terminado trabajando aquí en vez de haber empezado en ellos.

En las librerías la tristeza se me cambia por ganas de escribir. Si pudiera pondría mi mesa de trabajo en mitad de una librería para no dejar de escribir nunca. Aunque escriba cosas tristes siempre me alegra escribir. Leer últimamente me cuesta más, supongo que será porque no me concentro por haber dejado el azúcar. Sin azúcar todo es más complicado. Sin azúcar a veces se vuelve la vida insoportable, pero como dicen que es mejor para la salud, aunque lo dudo, por eso la dejé o me dejó ella o yo qué sé.

Ayer intenté escribir en mitad de la librería este artículo pero es incomodo hacerlo de pie, por eso lo hago ahora en esta cafetería de barrio, sentado, con un café solo. Tendrían que poner sillas y mesas en las librerías pero eso creo que se llama biblioteca. Por lo que sea en las bibliotecas no consigo redactar ni una línea. Las bibliotecas son para visitarlas con alguien que quieres, no para trabajar en ellas. Las bibliotecas son para abrazar por detrás a tu chica y susurrarle al oído mientras las fotografía. ¿Qué chula, verdad? Cuando termines de sacar fotos bonitas y de mirar los libros de las estanterías nos vamos a ese restaurante que tanto nos gusta. Hoy es el día de las bibliotecas, por cierto. Hoy que lo lees, no. Hoy cuando escribo esto. Antes de ayer, del tuyo.

El caso es que como no pude escribir nada en la librería al final me compré un libro. ‘Momentos de inadvertida infelicidad’, la segunda parte de otra obra que me compré en Bilbao un verano que me cambió la vida y que se titula al contrario: ‘Momentos de inadvertida felicidad’. A veces los escritores cierran nuestros círculos vitales mejor que nosotros, de forma más quirúrgica porque nosotros lo dejamos todo perdido de recuerdos y angustias. Francesco Piccolo es el autor, por si alguien quiere empezar su ciclo, y los edita Anagrama. Obviamente uno es más alegre y el otro más melancólico pero ambos son bastante amables. ¿Habrá tercera parte? Ojalá, y que sea la definitiva: momentos de inadvertida serenidad, pero no recuerdo que alguna vez me hayan escrito cuando más quería que sucediera.

Y así estoy, enredado en mis cosas cuando me llega un whatsapp: ya tenemos piso, con vistas al mar. Mis padres, jubilados, cierran la casa familiar de Pamplona y se van a vivir por fin a la playa. Me alegro por ellos, pero, pienso, «al final de cada etapa, colega, vas quedándote más solo en esta ciudad».

Suena en la cafetería el grupo Itoiz, ‘Lau Teilatu’, dejo el libro y busco la traducción de la letra en el móvil. ‘Una bufanda y sobre cuatro tejados la luna en medio y tú mirando hacia arriba...’ y también hay estrellas, leo, qué cosas, y me imagino Bilbao en verano, porque me gusta mucho Bilbao, desde el mirador de Archanda, y fantaseo con que desde ahí puedo hasta ver Madrid, porque me pone contento pensar en Madrid. En Bilbao y en Madrid siempre hay vida, siempre hay un presente con su futuro, que se buscan para ir de la mano.

Pago el eterno 1,20 € del café de esta ciudad, recojo mi libro, me subo los cuellos de la cazadora y salgo de nuevo a la bruma de Pamplona. Llueve, poco, pero llueve. Contenidos, como siempre, hasta para la puta lluvia. Ojalá un diluvio, joder, y que se lo lleve ya todo por delante. Creo que voy a plantearme yo también, por fin, hacer las maletas. Y por ahora eso es todo.


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Solo es el otoño