En un rato, el cohete será otro espectáculo para mi y para muchos cada vez más lejano. Los aberchándales lo han arramblado, como siempre, para liarla, para colocar su monserga sobre la ciudad de todos.

Escribo antes, de víspera. La víspera de la víspera. Llegar de víspera es hacerse mayor, pero también dejar al adulto con su cinismo colgado en el perchero por un momento, para que el niño que llevamos dentro tome la batuta de la diana. El niño escribe, mira, siente. Miro la ropa blanca, ni me la he probado, me la juego, los niños solo crecen hacia lo alto y remangar los pantalones un par de dedos nunca fue un problema. La faja, los pañuelos rojos, dos: uno de Osasuna, la ilusión de la niñez, la vida como un taco de fichas para las barracas; y otro de Navarra, porque para mí eso son estas fiestas, las fiestas de Navarra, que se celebran en Pamplona. Vibra en ti Navarra entera, donde quiera que estés, como reza el mágico verso del himno de Osasuna.
Da igual dónde estemos. Allá donde haya un sanferminero celebrando un año más el inicio de las fiestas, vibrará en él Navarra entera. Somos como una colección inmensa de diapasones, todos dando la misma nota, precisa y colosal, a las doce en punto del mediodía del 6 de julio, víspera de San Fermín. Una Navarra de afectos que se extiende sin fronteras, con la piel erizada de cada uno como único límite. Los Sanfermines nos hacen, por un instante, infinitos. Hasta que la nota del diapasón se diluye y la reservamos para que vibre de nuevo el próximo año. Pero para eso aún quedan nueve días, que son toda una vida. O varias. Que cada uno viva estas fiestas con la mayor de las alegrías.
En capilla, esperando el gran momento. Este año no quiero hablar del ahora, porque el ahora siempre nos atropella, se lleva por delante lo bonito del chupinazo, el rito, la liturgia del día 6. Despertar, mirar por la ventana y ver el goteo constante que se acelera a mitad de mañana. Corre, que no llegamos. Personas vestidas de blanco impoluto, un blanco que ilumina, que llena las calles de Pamplona de una luz especial.
En un rato, el cohete será otro espectáculo para mi y para muchos cada vez más lejano. Los aberchándales lo han arramblado, como siempre, para liarla, para colocar su monserga sobre la ciudad de todos.
Pero la ciudad ya les ha calado. ¿Nadie se ha dado cuenta? Pamplona ha ido virando, harta de que le manoseen y le embadurnen los sentimientos con mierda para salir en la tele. El verdadero inicio sentimental de las fiestas ya no es el chupinazo, sino los gaiteros, poniendo a bailar a la ciudad entera sin pancartas, sin monsergas. Un mar de cabezas mecidas al son de la música, sin artificios, desnuda, carente de ideología. Como no hay tele, no hay monserga.
Este año no veré el chupitxaro, que TikToken a gusto su akelarre los aberchándales, que es para lo único que lo tienen secuestrado. Entraré en la plaza después, cuando solo quedemos los que queremos divertirnos, rodeando esa mandorla mística de músicos que hacen votar a Pamplona. Ya se lo cargarán, ya lo secuestrarán también, pero hasta que eso ocurra, vivámoslo, disfrutémoslo.
Si no tienes un duro, no te hace caso nadie... pero que nos dejen la plaza limpia, sin una pancarta, sin una ikurriña, nada, la hermosura del vacío a rebosar, en blanco y rojo, como hasta ahora. Solo la belleza de la gente saltando al son de una dulzaina.
Que estas fiestas sean un canto a la niñez y a la Navarra que vibra en cada uno de nosotros. ¡Viva San Fermín! Y eso es todo.