• martes, 25 de febrero de 2025
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Opinión / A mí no me líe

¡Qué cabrón. Qué bien escribe!

Por Javier Ancín

"Esta vez la apuesta era a doble o nada, o triple, y vuelve a salir airoso de esta mano. Qué cabrón. Qué bien escribe".

Eduardo Laporte en la presentación de uno de sus libros. PABLO LASAOSA 005 (1)
Eduardo Laporte en la presentación de uno de sus libros. PABLO LASAOSA

Eduardo Laporte es un tío apacible, tranquilo, educado y de modales exquisitos. Va por el mundo, sobre todo, como observador. Si lo vieras ahí fuera, paseando por la calle o tomando un café, nunca dirías que es el tipo que monta unas batallas campales, unas trifulcas internas en sus libros de flipar.

Lo ha vuelto a hacer. Saca nuevo libro, La vida suspendida, en la editorial Sr. Scott, y te mete de lleno en un mundo literario al borde del abismo; qué peligro, ahí es donde está la existencia, lo real.

El duelo de no ser padre. El duelo de añorar algo que nunca has tenido. El duelo de la nostalgia de lo nunca vivido. Es una obra incómoda de leer —podrías ser tú, quizás eres tú, realmente eres tú— de tan bien escrita que está, de tan clarito que queda todo, de tan bien construido. Hacer literatura de lo extremo: la decisión de no ser padre. La decisión de no serlo consciente, pudiendo serlo, no una cosa abstracta, filosófica. Es un libro de una carnalidad brutal.

Te mete el palito en la entraña y te lo hace girar. Revolviéndote el alma, sin aspavientos, sin necesidad de pirotecnia absurda, sin recurrir a la pomposidad, a esas gilipolleces que se ven en esta era de las redes sociales de arrodillarse para pedir la mano en mitad de una cancha deportiva con miles de espectadores. No hay estridencias, que es donde se desatan esas peligrosas turbulencias en aire claro de los aviones: la sacudida cuando nadie la espera en un cielo limpio.

No sé si el libro es valiente o temerario, pero es un libro poético, violento y lírico, un libro de verdad. Coger episodios vitales de los que nadie quiere hablar y sentarse aquí a exponerlos, descifrarlos y tratar de construir con todo ello algo único, algo bello, hermoso o terrible, que es de lo que se trata siempre cada vez que te sientas a escribir, hacer arte, transgredir lo establecido, ciscarse en lo antiguo, trazar un nuevo camino, desbrozarlo tú.

Eduardo es la tranquilidad del ojo del huracán. Siempre he envidiado esa facilidad para seguir siendo un dandy en mitad de la explosión. Donde los demás acabamos como acabamos, las ropas hechas jirones, arañados por todos lados, él consigue levantar volcanes más altos sin un chinazo de brasa en la camisa. Impoluto.

Laporte da un salto mortal más en su viaje como escritor sin saber si hay algo debajo. Desde la primera página ves que es un salto al vacío e impresiona mucho porque en esta época de imposturas y filtros —todos somos más feos que nuestras fotos de Instagram— Eduardo trata de hacer lo contrario: esto es así de feo y vamos a ver si logramos poner algo de belleza al final.

En este ejercicio extremo de escuchar pero no juzgar, vas adentrándote en un territorio novedoso. Esta vez pensé en las primeras páginas que no lo iba a conseguir, que de esta no vencía, que era imposible salir de forma satisfactoria del bosque en el que se había metido. Me equivoqué, para variar. Laporte es capaz de sacarle literatura a lo que se proponga. Lo digo desde la absoluta envidia, lo digo como el que con asombro retrocedía las páginas ya leídas para buscar el misterio. ¿De qué manera lo has hecho esta vez?

Abrirse en canal y confesar, no para buscar una redención que no pide ni necesita, sino para hacer con eso literatura. Es material sensible, es material delicado, es material altamente inflamable. Cuidado, transporte de mercancías peligrosas, podría llevar la advertencia en la solapa. Es osado ese juego de la autoficción, el poner tu yo en la parrilla porque si no te gusta el libro puede que arrastre consigo a la persona. Es una apuesta arriesgada que Laporte ha ido solventando siempre muy bien. Esta vez la apuesta era a doble o nada, o triple, y vuelve a salir airoso de esta mano. Qué cabrón. Qué bien escribe. Y eso es, todo.

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