- martes, 10 de diciembre de 2024
- Actualizado 00:00
No hacen más que llegarme fotos de atascos en Pamplona por la supresión de espacio para los coches a favor de las bicis. Coches insolidarios. Todos.
Pudiendo estar sus conductores ociosos en una terracita, ahorrando combustible, como exige Sanchez, o practicando taichí o alineándose los chacras para salvar el planeta, prefieren ir a trabajar o a por los niños del inglés o a hacer la compra o a llevar al abuelo al médico en esas latas infernales, cómodamente, con aire acondicionado incluso, aumentando la huella carbónica y por lo tanto, no combatiendo la emergencia climática que está haciendo que los mares suban de nivel. Cualquier día en Pamplona nos quedamos sin playa y luego todo serán lamentos.
Habría que prohibir ya completamente los coches, ambulancias incluidas, por el bien del planeta, menos los oficiales, que esos son imprescindibles porque los gobernantes los necesitan para cumplir su deber. Qué sería de nosotros si Txibite no tuviera coche oficial, estaríamos perdidos como sociedad. O Remírez, que seguro que aprovecha esos trayectos para salvar alguna foca.
He cambiado, desde estas líneas quiero confesarlo. A mí los carriles bici de Pamplona me gustan, me apasionan, me han dado la vida. Ojalá hicieran más. Muchos más kilómetros. Toda Pamplona un carril bici. Quiero incluso que a la ciudad le cambien el nombre, para hacerla más sostenible: Bicirroña. O Bitzirroña. Lo que digan los aberchándales, que a lo mejor les parece por eusquérico el invento y prefieren Bitzirroñea, mucho más tradicional. Dónde va a parar.
Creo que soy el tío que más los usa de toda la ciudad. Estoy preparando otro años más la Behobia para dentro de un par de meses -me suelo dar la vuelta a Pamplona, unos 15 km cuarto veces a la semana-, y el carril bici es el sitio ideal para correr tranquilo por asfalto, porque bicis no verás muchas por esos espacios. Pero están al caer, millones, seguro, que os conozco, fachitas. Miles y miles de millones de bicis que nos salvarán los casquetes polares. Yo haría carriles bici hasta en los carriles bici, no nos vayamos a quedar cortos.
Alguna te cruzas, a ver, tampoco hay que exagerar. De vez en cuando, allá a lo lejos la ves aparecer. Lo normal es que te miren mal y algún iluminado hasta te grita que eso es para las bicis... y sonríes, porque bicis, lo que se dice bicis, pocas. Ay, cuánto flipao.
Tengo comprobado que los más locos son los que llevan una alforja a un lado. Esos son los ciclistas ideológicos más fanatizados. Te la lían y a continuación se suben a una acera sin bajarse del hierro o aprovechan un paso de peatones para cruzar al otro lado en una maniobra desquiciada, haciéndole frenar a los coches peligrosamente, que se jodan, e incluso a los peatones para no ser atropellados, que se jodan también, que seguro que son fachas.
No andan muy bien en bici, para que vamos a engañarnos. Sus maniobras siempre son dubitativas, inseguras, como las de alguien que se acaba de sacar el carnet, de lo que sea, en la cola del baño de algún garito, incluso. A ninguno de esos le falta la chapa roja en el sillín de carril bici Chantrea, con te equis - Labrit ya.
No sé por qué pero suelen llevar la burra de una talla completamente demencial para su estatura, y van como subidos en un caballo, regios, amenazadores. Terminan el giro del pedal casi de puntillas y aún les queda medio metro para llegar al suelo. A veces pienso si para bajarse o subirse de esos trastos necesitarán una escalera como la de las piscinas. O una grúa. O una legión de lacayos.
Como ya me los conozco, las pocas veces que me los cruzo, decía, adopto con las manos una postura de ir agarrando un manillar y si me dicen algo les contesto que me autopercibo ciclista urbano, que no sean transciclistasfóbicos, joder. Soy un ciclista urbano ideológico encerrado en el cuerpo escombro de un runner cuarentón, tengo derecho a usar los carriles bici, lo dice el Ministerio de Igualdad.
Algunos incluso llevan a sus hijos a medio centímetro de sus culos, en esas sillas de plástico de mobiliario de terraza de chiringuito que dan más miedo que sensación de seguridad para la criatura. Parecen más rehenes que pasajeros.
Quién me mandaría a mí nacer tan tarde, parecen decir sus caritas resignadas, con lo a gusto que habría ido yo en aquellas humeantes furgonetas de jipis con la pegatina de Nucleares no, gracias, porque era lo ecológico, y no comiéndome los pedos de mi adre en esta bici del demonio, porque al gilipollas este le han dicho que es lo que toca. Puta vida, Tete. Y eso es todo.