Confundir funciones inteligentes y elevadas, propias de la cabeza (sienes, témporas), con otras más vulgares es su significado más genuino.
Esta confusión ha caracterizado a Joseba Asirón durante las Fiestas de San Fermín en el desempeño de sus funciones de alcalde del Ayuntamiento de Pamplona, y representante de todos los pamploneses. Lamentablemente, debo calificar su paso por las calles de Pamplona durante las fiestas como un deambular, como el de cualquier ciudadano pamplonés empujado exclusivamente por sus intereses.
Ha mezclado sus opiniones personales políticas y religiosas con las responsabilidades que le corresponden como alcalde. Responsabilidades desvinculadas por completo de sus pensamientos de persona privada que, siempre que se mantengan en el marco legal al que se debe, respetaré como buen ciudadano. No he sido partidario de silbidos, abucheos o insultos, lo que no me impide afear las conductas inapropiadas de Asirón, en su condición de alcalde, cuando confunde el culo con las témporas.
Al alcalde de un pueblo se le distingue por la vara de mando, por la indumentaria o por la posición relevante en los actos públicos. No se le destaca por sí mismo como persona, que por tal en nada se distingue del resto de ciudadanos, sino por su condición de representante electo e investido de autoridad. Esta condición lleva sacrificios, renuncias y pérdida de privacidad. ¿O cree el alcalde Asirón que se le reserva un puesto destacado en las vísperas, procesión u octava de San Fermín, por su cara bonita? ¿O piensa que lo vestimos de frac con chistera para que en tales ocasiones esté guapo? ¿O considera que, como el siete de julio suele hacer calor por la calles de Pamplona, puede ir en bermudas, playeras y camisetas sin mangas?
El alcalde Asirón no supo estar a la altura de las circunstancias cuando el seis de julio con alevosía colgó una bandera ajena a Navarra en la fachada del Ayuntamiento y, además, en lugar preferente. No puede escudarse en que dicha bandera representaba los intereses políticos de muchos pamploneses. Él no está para distinguir los intereses políticos de unos pamploneses respecto de los otros, sino para atender el interés de Los pamploneses, los que están señalados por la ley, la que nos hace iguales, la que no distingue, la que supera lo personal y particular y anida en lo público y general. En este caso, la ley que ordena los símbolos de Navarra, los de todos los ciudadanos.
Solo la ley puede distinguir, no el alcalde. En caso contrario se dicta una “alcaldada”, actuación afortunadamente superada desde hace 40 años, pese a que algunos, entre los que el alcalde Asirón parece encontrase, quieran volver a ella. Además, en este caso, el alcalde ha actuado como los mansos en el ruedo. Ha procedido no dando la cara en el pleno municipal donde se establecen las ordenanzas que se deben respetar y cumplir y se ha escudado en el burladero de un desconocido informe jurídico, opinable como todos, y ha olvidado las sentencias judiciales firmes.
Tampoco lo estuvo al no asistir a las vísperas de San Fermín, al ausentarse en la misa en su honor o en la de octava. En tales ocasiones, el alcalde no es Joseba Asirón, uno que por allí pasaba. Es el alcalde de Pamplona que representa a la ciudad ante la imagen del Santo Patrón. Nada tienen que ver las actitudes religiosas del ciudadano Asirón, que por otra parte desconozco, con su obligación como alcalde, de estar ante el Santo representando a la ciudad con todos los atributos y solemnidad. Su presencia no le obliga a rezar y comulgar conforme la liturgia de un determinado credo, pero no puede ser excusada por ser un acto político público obligado, vinculado a la condición de alcalde. Si esto no convence al ciudadano Asirón, debe ceder los atributos de la autoridad a quien esté dispuesto a usarlos con responsabilidad.
Además, incurrió, por esta burda confusión de pensamiento, en una enorme incongruencia. No tiene sentido gritar “Viva San Fermín, Gora San Fermín” en el balcón municipal o ir tras de su imagen en la procesión del día siete y no corresponder al Santo, al que desea vida, honrándole en su capilla. Nuestro confundido alcalde, al margen de otras consideraciones de orden personal, debía preguntarse qué desearía San Fermín, pamplonés, obispo de Amiens, mártir por su fe.