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Opinión / Tribuna

Educación en España, el día de la marmota

Por Javier Marcotegui

No le resultará costoso al lector recordar la película “El día de la marmota”, comercializada en España con el título “Atrapado en el tiempo”. Las intenciones del Gobierno socialista sobre educación me han recordado este cuento cinematográfico. 

Imagen del nuevo presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, durante un acto político del PSOE Archivo EFE
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, durante un acto político del PSOE. Archivo

Al conocerlas me he sentido como Phill, el protagonista del relato, que despierta con reiteración a la misma hora del amanecer del 2 de febrero, el día de la marmota, para revivir una y otra vez los acontecimientos de una jornada tan señalada. La sensación la ha provocado la nueva ministra de educación al hablar de la asignatura de religión, de restricciones en la enseñanza concertada, de los itinerarios educativos, de la educación diferenciada, de modificar una vez más la ley educativa vigente, la LOMCE, la quinta desde 1990. En suma, se refería a los mismos asuntos que hace 27 años me ocuparon al desarrollar la LOGSE. El partido socialista sigue recalcitrante en las mismas posiciones sobre los asuntos entonces planteados y debatidos que yo creía resueltos.

He recordado también lo que Arturo Pérez Reverte dijo en 1993 y todavía rabiosamente vigente: “Con la actual política educativa respecto de las humanidades, un alumno puede perfectamente terminar su carrera sin haber estudiado nunca ni historia de la literatura, ni filosofía, ni latín, ni, por supuesto, griego. Dicho en corto: sin saber quién fue Cervantes, ni Platón, ni de dónde vienen la mayor parte de las palabras y conceptos que maneja a diario y conforman su mente y sus actos. Salvo que tenga la suerte de tropezar con profesores que posean iniciativa, redaños y vergüenza torera, cualquiera de nuestros hijos puede salir al mundo convertido en un bastardo cultural, en un huérfano analfabeto, en una calculadora ambulante sin espíritu crítico, sin corazón y sin memoria, clavadito a muchos de quienes nos gobernaron, nos gobiernan y nos gobernarán”.

Estimo que en el proceso educativo de la persona se distinguen dos dimensiones. Una, referida a la formación, vinculada con el desarrollo en la persona de actitudes y hábitos adecuados. Otra, afectada a la instrucción, que permite la adquisición de destrezas o conocimientos. La realización de la primera corresponde a la propia persona que tiene, no sólo el derecho a la educación, sino el deber de adquirirla. Sólo por delegación en su minoría de edad esta responsabilidad se traslada al padre o tutor, sin perjuicio, en cualquier caso, del esfuerzo personal que el alumno debe realizar. No hace falta poseer instrucción para formar al joven con unos buenos hábitos y actitudes sociales, culturales, religiosas y éticas. Por ello, se puede afirmar y mantener que la formación se efectúa esencialmente en la cocina; es decir, en el ámbito familiar.

Las actividades de instrucción corresponden al maestro, aunque por delegación, éste pueda asumir las de formación. Ahora bien, nunca las acciones de instrucción y las de formación delegadas deben perjudicar el proceso formativo personal emprendido, ni las normas educativas perjudicar el buen hacer del profesor que facilita la instrucción y completa el proceso formativo. A tal efecto, es necesario aceptar con todas las consecuencias, el contenido del pacto constitucional de 1978 que reconoce en la persona el derecho a la educación, la libertad de enseñanza, el derecho a la libre creación de centros y a su libre elección.

Por esto, es preciso distinguir los principios generales que ordenan el sistema educativo, de las soluciones técnicas más aptas para abordar y solucionar los problemas educativos reales de la persona, siempre referidos a un contexto, momento y lugar determinados.

Los principios legales educativos tienen vocación de permanencia. Por el contrario, las soluciones técnicas son coyunturales, están vinculadas a realidades espaciales, geográficas o sociales determinadas y, consecuentemente, son mudables.

Sólo mediante esta distinción conceptual se estará en condiciones para disponer de un sistema educativo estable, capaz de alcanzar y mantener las cotas de calidad necesarias que reclama el desarrollo social y económico deseable para España. Previamente, será imprescindible superar ciertos “tics”, “vicios” o “querencias” políticas enquistadas profundamente en los planteamientos políticos de algunos partidos. Entre ellos se encuentra el “sentido patrimonial excluyente” que algunos poseen sobre la educación. Será preciso, en cualquier caso, aceptar de buen grado los principios constitucionales de libertad de enseñanza, de libre creación de centros y de elección de modelo educativo. Será necesario escapar de una vez por todas del día de la marmota firmando un pacto educativo estable que permita desarrollar y cumplir con lealtad los principios educativos señalados en el art. 27 de la Constitución de 1978.


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