• domingo, 16 de noviembre de 2025
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Opinión / Tribuna

Navarra: ¿Estabilidad? y autocomplacencia

Por José Luis Díez Díaz

“Estabilidad y autocomplacencia por la que se identifican sus socios de coalición, vistas sus vacuas manifestaciones tras el reciente debate sobre el estado de Navarra, una estabilidad que entiendo como docilidad, sometimiento y cesiones”.

El Gobierno de Navarra y Bildu posan juntos tras la firma del acuerdo presupuestario. GOBIERNO DE NAVARRA
El Gobierno de Navarra y Bildu posan juntos tras la firma del acuerdo presupuestario. GOBIERNO DE NAVARRA

Santo y seña del ejecutivo que preside (pero no gobierna) la franquicia de Moncloa, son las voces: “Estabilidad y Autocomplacencia” por la que se identifican sus socios de coalición, vistas sus vacuas manifestaciones tras el reciente debate sobre el estado de Navarra. Estabilidad que entiendo como docilidad, sometimiento y cesiones de un ejecutivo en minoría ante los auténticos controladores de la función del Gobierno y del Parlamento, que los mantiene en el Palacio de Navarra.

A pesar de las diferencias ideológicas, en su origen, entre los coligados, se unen y se reparten el “estar o figurar” en el poder, mientras tanto los socios que no ocupan sillón en la “amplia” mesa del ejecutivo son los auténticos amos, que sin prisa pero sin pausa van articulando y dando firmes pasos en su objetivo prioritario: la integración de Navarra en la Comunidad vecina.

La autocomplacencia, que no es sinónimo de progresismo y que rechaza la presidenta ante las acusaciones de la oposición, añade sin embargo otro mantra, que también repiten los suyos: “Somos la comunidad con mayor calidad de vida de España…” (el subconsciente traiciona a la cirbonera, al no decir “Estado”).

Navarra, proverbialmente, como provincia o Comunidad foral, salvo el paréntesis de corrupción del cuatrienio de final de la década de los 80 protagonizado por el gobierno del PSN, y que actualmente tiene indicios de reproducirse (la historia es cíclica), pero en esta ocasión con cobertura de ámbito nacional, ha ocupado puestos destacados en lo que concierne a bienestar social, salud, educación; en resumen, alto nivel de vida o lo que ahora se proclama índice de calidad de vida.

“Calidad de vida” que puede verse en las “comunistoides” colas de madrugada al aire libre ante los centros de salud, o los desempleados en manifestaciones en la calle por la crisis industrial; la inseguridad ciudadana al aire libre; viajeros del tren al aire libre en las vías y andenes por el caos ferroviario; e incluso la reaparición al aire libre de la “kale borroka”, interesante atractivo turístico años pasados y ahora extendido a la periferia y campus universitario de la capital.

“Calidad de vida” la de los contados habitantes de nuestros valles del Pirineo oriental, disfrutando de aire puro, cristalinas y frías aguas, paisajes increíbles, escenarios naturales con recónditas cascadas sin contaminación, sin tener que compartirlos con casi nadie, ya que gracias a los proyectos de leyes de “Despoblación” y el “Mapa Local”, que merecen ser donados al Archivo Real por su interés documental en vez de descansar en algún cajón de la dirección general o servicio, convierten a esos aislados habitantes en “privilegiados” navarros, aunque no sé hasta cuándo.

Igualmente, “Calidad de vida” la de nuestros Parques naturales, los depurados arroyos y afluentes que “varonizan” al Ebro, los embalses de diferente capacidad para ocio y deporte al aire libre, el paraje semidesértico de Bardenas, etc. En fin, que nuestra calidad de vida no tiene precio (Navarra está barata), y sin olvidar nuestro patrimonio artístico al aire libre, algo contaminado en la capital, donde precisamente en breve las estatuas, que según dicen representan a reyes navarros, darán un real paseo hasta el entrañable parque de mi niñez para, cerca del genial Gayarre, asentar sus reales.

Pero la calidad de vida no es la desidia y gran retraso con las infraestructuras, que podrían valorizar Navarra, aproximando en tiempo la capital de la nación; o el incremento de “empleo público” y su coste —no me refiero a los funcionarios—; el abandono del básico sector agropecuario; o la falta de atractivo y alicientes para empresarios e industrias, y la presión fiscal que soportamos.

Mantengo la esperanza de que, antes de llegar el TAV a su destino, no se produzca la entrega formal de Navarra, que mi imaginación la recrea junto al último retoño del árbol de Guernica (mucho más joven que la más que centenaria sequoia de nuestro palacio foral) y bajo la égida del en su día castellano Señorío de Vizcaya, una de las otrora provincias Vascongadas. Finalizo recordando dos populares dichos: “tiempo al tiempo”, ya que los promotores “no dan puntada sin hilo”.

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