Lo mejor que puede ocurrir al aficionado es ver ganar a su equipo un partido entretenido, divertido, con ritmo, pasando muchas cosas, una treintena de remates, la mitad a portería, con cinco goles, resultado incierto, igualdad, juego abierto, con ritmo, ganas de victoria, la tercera consecutiva a domicilio de Osasuna. Incluso el VAR colaboró al espectáculo anulando un penalti por un fuera de juego previo que nadie había percibido. En fin, por suceder cosas, a falta del dato del ‘klinsmann’ de turno, sucedió la posible prolongación más amplia de la historia del fútbol español, diez minutos.
La victoria guarda un doble mérito. La logró la segunda unidad, un once con más de la mitad de efectivos no habituales en los onces iniciales de esta temporada. Decisiones como ésta de Arrasate siempre generan controversia, desde por qué en Mallorca y no ante el Betis, si significa tirar el partido o no, si era necesario o no con una semana por delante. La verdad es que el técnico acertó. Ganó y punto. A partir de ahí, cuantos comentarios se quieran, que nunca pasarán de la condición de matices. La plantilla como tal sale, además, fortalecida del envite.
Que no salió el once habitual resultó evidente. Para recordar un zapatazo como el de Cote desde fuera del área habría que echar la vista atrás, hasta la época de Facundo Roncaglia. Por otra parte, las filas rojillas hacontado grandes lanzadores de faltas, pero quizás no lograron ninguna a la escuadra tan milimétricamente exacta como la de Iñigo Pérez en Son Moix. Sencillamente, uno de los goles de la temporada en las Ligas europeas. Por otra parte, en el debe, la fluidez del juego no resultó tan acertada o rítmica como en otras ocasiones. Lógico.
Resulta más importante constatar que el conjunto mantuvo el tipo. Anotó en acciones puntuales más que en jugadas trenzadas, denotó lagunas en la punta o también en la imposibilidad de salir del agobio isleño al final de la segunda parte (el 2-1 se veía venir sí o sí). Pero en el cómputo del encuentro, no perdió Osasuna la competitividad. Todo lo contrario, consistió su gran acierto en mirar a la cara a un Mallorca imperiosamente necesitado de lavar su imagen tras el desastre del Bernabéu.
Lo más reseñable del partido es que Osasuna nunca perdió el dinamismo. La gran marca de Jagoba Arrasate con este equipo se llama dinamismo. El balón siempre fluye con velocidad y ritmo, con precisión de un pie a otro, con la mirada apuntado siempre hacia el horizonte. Es el fútbol en el que siempre pasan cosas, porque reniega del estatismo del balón o de las farragosas pérdidas de tiempo con jugadores por el suelo (sin que los árbitros reacciones ante tal anti fútbol). Con un once atípico, pero que supo interpretar el ‘dinamismo made in Jagoba’, el equipo resultó reconocible, no perdió su identidad.
Finalmente, apuntar que los cambios funcionaron. El técnico jugaba sobre seguro cuando pasó del novedoso once inicial a otro que cualquier aficionado repasa de memoria. El problema de tal proyecto habría sido que el marcador dictara sentencia, pero el resultado cantaba entonces un empate, y con los bermellones venidos a manos por cansancio. El ritmo del juego había descendido sensiblemente, y en ese tramo último se impuso la mayor clase, frescura y empaque del conjunto navarro. Indudablemente, no se trató del partido más brillante de Osasuna, pero sí uno de los más entretenidos y, con triunfo, de los mejores.