Este Osasuna no es el esperado en una cita de tres puntos trascendentales. Los rojillos carecieron de personalidad. Se apagaron. Nada que ver con el equipo que luchó cara a cara con el Alavés. Los rojillos se diluyeron en el Carlos Belmonte, y perdieron con todo el merecimiento ante un conjunto que pudo poco más que las ganas.
Los manchegos se jugaban la vida para no descender y lo dejaron bien claro, algo que no ocurrió en los discípulos de Martín pese a lo mucho que también se traen en juego. Demasiadas cautelas e imprecisiones, falta de ideas y conceptos básicos. Osasuna se complica la vida innecesariamente cuando más claro tiene qué debe hacer.
Una primera parte para olvidar, sin juego, tensión o intensidad. Hasta encajar dos goles no reaccionó Osasuna, no se apercibió de la importancia de los tres puntos. Además le costó dejar el pesado lastre. Careció de personalidad en el juego, no quemó naves hasta el tramo final, y su juego siempre resultó trabado o espeso.
Faltaron ideas y claridad para salir en la primera mitad del planteamiento ramplón, y de la presión manchega en la segunda, pese a pisar más el área rival en busca del gol. El técnico César Ferrando, que estrenó su tercera etapa en el Carlos Belmonte, desplegó una maraña de jugadores alrededor de cualquier jugador de rojo con el balón en el pie. Ahogó a los rojillos que apenas lograron hilvanar una sola jugada en todo el partido. Muy poco bagaje. Pese a que el gol de Urko Vera logró meter en el partido a su equipo, el tercero de penalti volvió a poner las cosas donde estaban.
La imagen de Martín Monreal siempre ha sido conservadora, táctica, especuladora incluso, muy apropiada para equipos en apuros, con el objetivo de no descender, que son los que tradicionalmente le han contratado.
También llegó así la temporada pasada a Osasuna, e igualmente comenzó ésta. Y le dio un resultado jamás imaginado. Los cinco defensas le catapultaron desde la primera jornada a lo más alto de la tabla, a instalarse en el ‘atico’, único conjunto que lo ha logrado durante toda la campaña. Una trayectoria así no sale por casualidad.
Necesariamente hay algo más, mucho más, caso de la formación de un bloque compacto y competitivo. Sin embargo, llegados a este punto, al equipo se le exige, necesita, algo más para lograr un objetivo más ambicioso como es el ascenso, sobre todo por la vía más segura, la más directa.
Ahí es cuando Martín Monreal ha necesitado reinventarse en un técnico más creativo, más ofensivo, más completo, algo que busca en este tramo último de Liga con resultados dispares, pero que le han permitido no perder de vista el ‘ático’.
En fútbol se recurre frecuentemente a la imagen del doctor Jekyll y el señor Hyde para explicar la transmutación de dos personalidades, de dos estilos, normalmente el conservador y el más ofensivo, algo que no ha ido con el técnico de Campanas, asociado históricamente con el primero de los dos, el de menores riesgos.
No obstante, una vez asumida la necesidad de dar un plus en este último tramo de campeonato, antes de cada partido surge la duda de con cuál de las dos caras saltará al campo. Otra cosa es que te salga lo que quieres. En Albacete contaba con bajas importantes (Merino, Berenguer, Oier), y encima se lesionó el centrocampista Manuel Sánchez antes del partido, pero a cambio el escenario resultaba asequible, cuyo titular pagaba en puestos de descenso su manifiesta irregularidad.
El caso es que Osasuna salió con su peor cara, la del equipo timorato, con poca personalidad, que apacigua juego, espera al rival y las ve venir en lugar de ir a por ellas. Es decir, sin jugar a nada. No es que jugara a empatar, pero tampoco a ganar, y además evidenció problemas en su fútbol. A la defensa, con Martins en el lateral zurdo, se le vio imprecisa, mientras el centro del campo anduvo ‘missing’, con Maikel Mesa sin acertar a hacer de Merino ni De las Cuevas a entrar en juego. El Albacete mandó en la posesión, en el ritmo de juego, y en el empuje.
A los problemas de creación, unió Osasuna cierta separación de líneas y sobre todo, falta de intensidad. Los dos goles del Albacete, pese a la forma en que llegaron (de nuevo en un córner, y en una falta previa a Nauzet), concretaban la distancia abismal entre uno y otro conjunto, algo que suavizó el disparo de Urko Vera antes del descanso.
El segundo gol manchego despertó del letargo, y bastó un ápice de reacción para entrar de nuevo en el partido. La segunda parte se aventuraba apasionante siempre que volvieran al campo con los dientes apretados y las ideas más claras.
Pero no, los rojillos quizás volvieron algo más intensos y las líneas más juntas. Trató de rectificar Martín y dar un paso adelante, sacrificando un lateral y al intermitente De las Cuevas para reforzar la parcela ancha con Olavide y Pucko. De entrada obligó a cerrarse a los manchegos y esperar contragolpes. Los rojillos pasaron a dominar, y a llegar más al área local, pero sin llegar a crear peligro.
Sólo las acciones aisladas del ‘Flaco’ Olavide aportaron algo diferente, escaso bagaje para un equipo que se juega la vida. Al final, tampoco sorprendió excesivamente el tercer gol, pese a la forma como llegó, un penalti tan infantil que se ve ni en los patios de colegio. Demasiados errores de planteamiento, desarrollo y ejecución como para sacar algo positivo en tierras de don Quijote.