- viernes, 13 de diciembre de 2024
- Actualizado 12:15
Para no repetir las forofadas que todo el mundo sabe, ésas que dicen menuda racha, en puestos de Champions, tres victorias de cuatro, nueve puntos de doce, o el estribillo de mejor arranque de Liga en tropecientos años, destaco que lo más reseñable de la victoria ante el Rayo se llama precisamente mal partido. El once de Arrasate se atascó, trazó un partido horizontal, ritmo bastante lento, sin aperturas, monótono, en fin, de esos que o suena la flauta o todo se va al carajo, y a punto de irse casi todo.
El Rayo, bien plantado, con las ideas claras, presionó mucho y bien arriba y tapó bien los espacios de atrás. Además, Osasuna se lo puso más fácil todavía al atascar el juego por el interior. Ignoro a qué hora almorzaron los rojillos, pero dieron la impresión de que no habían terminado la digestión. Demasiado pesados, sin empanarse. Hubo ocasiones, alguna casi fruto del azar, pero imposible resolverlas en medio del estertor. Sólo un fogonazo podía resolver el entuerto, es decir, sacarnos del sopor, desatascar.
El descanso sirve para cambiar dinámicas, mejorar cosas. Así lo entendió Iraola, que al menos dio un pequeño paso adelante, que es donde hacían aguas, y eso que dejó claras desde el inicio sus intenciones de empatar. Sin embargo, Arrasate siguió igual. El choque se instalaría definitivamente en el quiero y no puedo, cuando Brasanac, cambio obligado por el lesionado Torró, dio un pase medido a Aimar Oroz que ajustó al palo largo de forma absolutamente precisa. Gran acción, pero Osasuna siguió atascado, aunque con el resultado a favor importara menos.
Los cambios del minuto 63 tuvieron que esperar. El técnico no vio la necesidad de desatascar hasta el 80, después de la colaboración de Sergio Herrera con el libre directo de Lejeune. O llegaba un drástico golpe de timón o el empate no lo movía ni una retroexcavadora de última generación. Rubén García había sustituido a Chimy, exhausto tras correr todo el campo para insuflar aire en posiciones asfixiadas, atascadas, es decir, en casi todas. En cualquier caso, sustituir pieza por pieza no arregló mucho. La vía abierta por Juan Cruz-Brasanac-Oroz en el gol había vuelto a atascarse.
El desatasque no llegó hasta la salida de Abdessamad. El marroquí básicamente participó en tres acciones. En la primera dudó y se perdió. En la segunda asistió a Rubén García. En la tercera pudo asistir si Kike García se hubiera metido en la autopista que el Rayo dejó por el centro en lugar de alejarse de la jugada y dejar solo a Abde, sin pase posible. A pesar de ello logró que el aficionado saliera del estadio hablando de él. Desatascó el partido, abrió el conducto obstruido.
Abdessamad Ezzalzouli, Ez Abde, pertenece a la generación de canteranos culés que saltaron en tropel al primer equipo, por necesidad agónica de una plantilla deficiente. De aquella remesa, más la mitad de jugadores -dicho quedó- no hubieran sido entonces titulares en Osasuna. En El Sadar jugaron Gavi, Nico, Jutglà y Abde, y solo el primero sigue en Can Barça. Los demás, unos con más calidad y otros con menos, han tenido que salir para hacerse futbolistas. Es el caso del nuevo desatascador de alta presión.
En aquella última visita del Barça, que Abde recordará siempre por empalar su primer gol, gustó su forma de correr, aunque se pasara de frenada veintisiete pueblos cada vez que le llegaba el balón. Ante el Rayo, con una de sus tres carreras, obtuvo el sobresaliente. Parece que El Sadar se le da bien. Tiempo tiene para confirmarlo.