• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / osasuNAvarra

Un partido de diez con un equipo de once

Por José Mª Esparza

La noche en la que todos fueron felices. Solamente jugar una hora contra diez podría matizar una victoria trepidante, merecida y trabajada con brillantez.

El centrocampista de Osasuna Oier Sanjurjo celebra tras marcar el primer gol ante el Valencia, durante el partido de Liga en Primera División disputado esta noche en el estadio El Sadar, en Pamplona. EFE/Iñaki Porto
El centrocampista de Osasuna Oier Sanjurjo celebra tras marcar el primer gol ante el Valencia, durante el partido de Liga en Primera División disputado esta noche en el estadio El Sadar, en Pamplona. EFE/Iñaki Porto

Cuando el Valencia marcó, Osasuna ya sumaba cinco ocasiones claras, y a renglón seguido llegó la sexta. Al final del partido, si por oportunidades del gol se tratara el resultado habría sido sencillamente de escándalo. Enorme Osasuna. Firmó una victoria que dejó en dato anecdótico la histórica marca de 30 puntos sin perder en El Sadar. Importó mucho más ver a los ‘indios’ correr como en desbandada, arrasando con premeditación, alevosía y cabeza amueblada a todo un “Amunt” plagado de nombres rutilantes. Su estrella, cerebro y corazón, Parejo, que siempre nos tiene especiales ganas, no olvidará nunca la cantidad de kilómetros que sumó y con menos rendimiento personal y colectivo.

Sorprendió Osasuna de salida con su despliegue ofensivo total. Trató de responder el Valencia sin lograrlo. Perdía el balón y la cabeza, sin otra solución que las ramplonerías para desarbolar a los rojillos. Tuvo la suerte de encontrarse con el gol al cuarto de hora, cuando más ahogado se veía, pero le sentó muy mal adelantarse. Pensó que le venía bien jugar así, dejó de proponer, acentuó la ramplonería, y más todavía cuando se encontró con diez, pese a que su portero suplente Doménech ya se había erigido en la figura del partido. La victoria navarra sólo era cuestión de espera.

Todo siguió igual tras el gol en contra, con el ánimo alto. La defensa se recompuso, el centro del campo siguió imperial, y el ataque seguía engrandeciendo al portero suplente ché. No hubo bajón, a lo que ayudó la torpeza valenciana de provocar a la grada, que reaccionó con ganas inusitadas que transmitió al césped. Decía un amigo que el primer tiempo resultó eléctrico. Y lo fue. Los pupilos de Celades no sabían por dónde les daba el viento. No podían, no sabían y, tras la igualada, se vieron tan tapados que se les cayó el mundo encima. Sintieron impotencia, no supieron reaccionar. Intentaron poco y les salió menos. Parejo era un caballo desbocado corriendo sin ton ni son, trataba de ordenar a los suyos más de cara a la galería que con mínima fe.

Los goles llegaron en el climax perfecto: el primero de Oier antes del descanso, el segundo de Rubén García justo tras la reanudación, y el tercero de Estupiñán, antes del desesperado arreón final visitante. Pudieron sumar media docena más, pero no hizo falta. Suficiente, sobrado. Un partido completo con la picota perfecta. El portero Rubén, sin apenas trabajo. El lateral derecho, Nacho Vidal, sencillamente imperial, uno de sus mejores partidos. El central Aridane se volvió a salir. El otro central, Raúl Navas, superó con nota la laguna del gol. Mostró poderío, clase, y no dio la impresión de colarse en el once, sino de estar asentado en él. El lateral izquierdo, Estupiñán, libró en ataque una de las peleas más bonitas con Thierry. Le hizo justicia el gol. En defensa es el que más beneficiado se vio de la roja a Rodrigo.

Mención especial al centro del campo. Magistral. El mejor Oier, gol incluido, y sencillamente un sombrerazo a Brasanac. El partido fue suyo. Superó a Parejo y a todo el Valencia. Sin duda, su mejor partido con Osasuna, siempre con temple, bien colocado y con el mando en su cabeza. Chapeau. También a Roberto Torres, no tan vistoso como en otras ocasiones, pero dando poso al juego. Lo mismo Adrián, que dejó abundantes detalles. Quizás fuera Rubén García quien más disfrutó. Tuvo un arranque trabajoso, de brega, y así encontró el gol. Luego acabó gustándose, con el mismo juego de la pasada campaña.

Además, Cardona amplió su repertorio de rojillo y gustó, volvió Iñigo Pérez, y también Lillo encontró el premio en forma de minutos. Todos felices. ¿Todos? Quizás no del todo Ezequiel Ávila. Todavía dará vueltas por qué no se unió a la fiesta con todos los honores. Comenzó por el centro, pero no se encontraba. Permutó con Rubén García la banda izquierda, y tampoco. Templó su fogosidad y buscó mejores soluciones, y de nuevo tampoco. Lo mejor, que lo intentó de todas formas. Siendo un hombre tan tenaz, lo conseguirá.

Un partido de diez con un equipo de once. Todos felices, también Chimy. Una victoria de campanillas.


POST DATA. Osasuna es mucho más que lo futbolístico (10). En las asambleas había que poner orden, pero sin amordazar al socio. Para la última, la de aprobar las deficitarias cuentas del ejercicio 2018-19 y las del nuevo 2019-20, el club volvió a repetir el impactante y escenográfico Baluarte, donde ya el año pasado privó al socio del derecho a réplica. Podía hablar, pero a continuación tragarse porque sí la respuesta de la mesa. Como a pesar de todo, el año pasado el club no sacó adelante los presupuestos, ha dado un paso más adelante.

Antes de votar las cuentas, solo podía proponer aquel socio que hubiera presentado en el club su propuesta con diez días de antelación a la asamblea, y siempre que fuera avalada por el diez por ciento de los compromisarios o el tres por ciento de los socios. Terrible. A galeras los demás, despachados al capítulo final de ruegos y preguntas sin réplica, que llegaron después de un maratoniano orden del día con once puntos, previstos y preparados para dormir a las ovejas.  Más de cuatro horas, oiga.

Todo ello, además, reacondicionado con las opacas negociaciones del ‘factotum´ con su grupo de apoyo, pese a que el voto sindicado de éste deje en la cuneta a su querido Alfonso Ramírez, el ´submarino´ que deseaba en la Comisión de Control Económico.

A este paso, si unimos la democracia digital,  la democracia de verdad quedará convertida en puro formalismo.


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Un partido de diez con un equipo de once