No deja de resultar pintoresco que en un país donde nadie escucha a nadie haya semejante profusión de debates.
- martes, 10 de diciembre de 2024
- Actualizado 10:08
No deja de resultar pintoresco que en un país donde nadie escucha a nadie haya semejante profusión de debates.
Es cierto que éstos días se disparan por la inminencia de las elecciones generales del día 20, pero no lo es menos que es en campaña electoral, precisamente, cuando menos se escucha al otro y se atienden sus razones, pues, como si dijéramos, los candidatos ya vienen debatidos de casa.
La política es un arte, o una ciencia, o una necesidad, maravillosa. No así, lamentablemente, los políticos, esas criaturas que no emergen a la cosa pública desde la pericia o desde la excelencia probadas en sus trayectorias personales y profesionales, sino desde las sentinas de los partidos o, como en el caso de los llamados "emergentes", desde el légamo de su desmesurada ambición. Ni Pablo Iglesias, profesor universitario, ni Albert Rivera, empleado de banca, parecían conformes con sus oficios, con sus vidas, pero ¿a dónde ir con el escaso bagaje que atesoraban? A la política. Donde, cuando menos en España, no se exige otra cosa que fotogenia y labia. ¿Ideas? Las corrientes, si bien con la particularidad de que si no gustan al público, las cambian rápidamente por otras.
Cuatro políticos un poco de chicha y nabo, Sánchez, Rivera, Iglesias y Rajoy, se disputan la piel del oso, aunque conscientes de que sólo les puede tocar un trozo, de que habrán de compartirla con alguno de los otros cazadores. Natural el lío que se hacen en los debates, pues, aparte de no saber debatir, no saben, en puridad, a quién no deben atizar mucho, no vayan a sacarle un ojo al futuro amiguete. En todo caso, antes porque eran sólo dos, y ahora porque son cuatro, el apabullante número de los votantes indecisos, sumado al no menos apabullante de los que decidirán no votar o hacerlo en blanco, señala que con el mayor número de candidatos con posibilidades no se ha ganado gran cosa en pluralidad, pues, pese a los sondeos y al ruido mediático, mucha gente sigue sin encontrar al suyo, que no es ninguno de los cuatro.
Toca para muchos aguantar la chapa de los cuatro palos de la baraja, que son, como cuando eran dos, la misma baraja. Y añorar lo que nunca se tuvo, el político de categoría que juegue a otra cosa con nosotros, o que no juegue.