- sábado, 07 de diciembre de 2024
- Actualizado 18:16
Tengo 47 años y esta tarde me han llamado machista mientras esperaba ante un semáforo en rojo parado en mi coche en una calle de Pamplona.
Aunque he remitido este escrito con mi nombre completo y mi DNI, he pedido al director del medio que, si lo considera, no haga pública mi identidad. No quiero problemas ni polémicas, sólo dejar constancia de cómo, sin comerlo ni beberlo, algunas personas nos hemos convertido en seres perversos para determinados movimientos.
Estoy casado, tengo dos hijas y un hijo. Dirijo un pequeño departamento de una empresa relativamente grande y mis dos superioras son mujeres, ambas expertas en su materia y bellas personas, con las que tengo gran amistad y nos vemos con sus familias muchos días festivos.
Yo también nombré a otras dos mujeres en los puestos que dependían de mí, pero no lo hice por ser mujeres, sino porque eran las trabajadoras más cualificadas del departamento y capaces para los puestos. Acerté de pleno y hemos trabajado como nunca en los últimos años.
En mi casa mi mujer y yo nos repartidos con eficiencia todos los trabajos que una familia de cinco miembros necesita, sobre todo con dos hijas casi adolescentes. Entre todos conseguimos que la casa sea un espacio de orden y de convivencia. Unos hacen las camas, otros recogemos platos, ordenamos y limpiamos aquello que vamos encontrando por cualquier espacio. Mi mujer ama la moda y la ropa y siempre se ha encargado de que todo luzca bien en los armarios. Yo soy bastante manitas, tanto en la cocina como con luces, estanterías y averías varias. Tampoco me cuesta planchar o poner lavadoras. Nos complementamos muy bien. A mí también me gusta hacer la compra y pasar el aspirador cuando mis hijos no se han levantado pronto un fin de semana.
Hasta el otro día, en mis 47 años, nadie me había llamado machista y ni siquiera se me hubiera ocurrido que alguien pudiera hacerlo nunca. Jamás he denigrado ni a un hombre ni a una mujer, me gusta más vivir feliz y en armonía y tratar muchas veces de comprender a los otros. No soy un santo, pero tampoco una mala persona. No dudaría en proteger y cuidar a cualquier persona que lo necesitara, participo en actividades solidarias y todos los meses dedico para de mi sueldo a una organización que sé que dedica bien el dinero, sobre todo para niños con necesidad.
Me peleó lo justo con los que me rodean porque mi carácter me permite ser bastante comprensivo, no tolero la injusticia y suelo meterme en algún lío cuando detecto un abuso de superioridad, pero nunca, nunca, me habían llamado machista. Hasta hoy.
Voy con mi coche camino del supermercado. Paro el vehículo en el semáforo de la avenida de Navarra, la variante, a la altura de hospitales en sentido salida de la ciudad. Varias personas cruzan mientras voy pensando en si necesitamos algo más para casa. Leche, azúcar, pollo, que no se me olviden los yogures ni los cereales, me digo a mí mismo.
En ese momento veo que dos chicas de unos 20 años se detienen delante de mi coche haciendo aspavientos y poniendo gestos con sus caras.
Vuelvo de mi compra mental y bajo la ventanilla. Me querrán advertir de algo que ocurre. Habré pinchado una rueda o algo le ocurrirá a mi vehículo.
“Cerdo machista, nos estabas mirando el culo”, me dice una de ellas con gran enfado mientras su amiga le tira un poco del brazo para que lo deje aunque me clava también su mirada de odio.
Se marchan y subo la ventanilla del coche. Me quedo helado. Frío. Sin respuesta. Ni he reaccionado a sus palabras.
Ya soy un machista
Carta enviada por Carlos. J.C., vecino de Pamplona.