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Blog / Capital de tercer orden

Del 15-M a la Tercera Navarra

Por Eduardo Laporte

El 15M acabó finiquitado del todo con el reciente corte de pelo de Pablo Iglesias, pero nos enseñó que hubo más gente de la que pensábamos capaz de abrazar causas nobles.

Una fotografía de la plaza de Sol en Madrid durante las jornadas del 15-M en Madrid. EDUARDO LAPORTE
Una fotografía de la plaza de Sol en Madrid durante las jornadas del 15-M en Madrid. EDUARDO LAPORTE

Decían que con la entrada al siglo XX se acababa la Historia pero alguna página que otra se ha escrito. Eso mismo decía una pandilla de geeks/hackers/nerds que conocí en el ya extinto Patio Maravillas, edificio okupado en la calle Pez, en los días calientes que siguieron al 15 de mayo de 2011, del que se cumple ya una década. «Esto quedará en los libros de Historia, tío».

Acudí una tarde de mayo a aquella especie de ‘gaztetxe’ malasañero y multicolor para asesorarme en cuestiones de seguridad cibernética para aquel proyecto locoide, puro espíritu 15M, que ideé con un amigo y que era como una versión del WikiLeaks de Julian Assange pero de andar por casa. Mientras él se ocupaba de destapar fraudes internacionales y ataques a los derechos humanos por parte de gobiernos cruentos, nosotros denunciaríamos que tal pizzería de Chamberí contrataba pinches de cocina por 400 euros al mes, a jornada completa, seis días por semana. Lo anunciaban en InfoJobs de turno, con su dirección y tal, a cuyas señas acudí en calidad de detective precario por aquello de contrastar y tal. «Os van a partir la cara», me advirtió un amigo, no sin un exceso de crudeza que me generó más de una mala noche. 

Aquel proyecto micromegalómano había surgido antes de que nadie acampara en la Puerta del Sol, aunque puede que formaba parte de un caldo de cultivo común que soñaba con cambiar las cosas. Como aquel libro/panfleto, previo al ‘¡Indignaos!’, de Hessel, que se llamó ‘¡Reacciona!’, y que firmaban unos cuantos intelectuales de izquierdas con más credibilidad que los clásicos de la izquierda gourmet, es decir, Sabina, Almudena Grandes, Benjamín Prado y cía. 

Había algo en el ambiente que nos llamaba a la acción. Esa crisis sin fin que cortaba las alas a cualquier horizonte, una clase política lejana y trajeada, un no nos representan, un democracia real ya. ¿Nos representan hoy? ¿Nos han traído la democracia real hoy? Quizá sea demasiado cruento, como aquel comentario de mi amigo, responder a ciertas cuestiones. 

En cualquier caso, el espíritu que nos sedujo a muchos, tanto como para comprometernos en algo más que nuestros propios ombligos, se diluyó. ¿Y de qué iba ese espíritu? Pues de romper las clásicas dicotomías hemipléjicas de las ideologías hasta entonces conocidas y empezar a construir algo distinto. Ahí estuvo la fuerza del primer Podemos, cuando se ofreció como un movimiento no sectario, integrador, transversal y demás. ¿Nuestra Revolución francesa? ¿El movimiento que por fin vertebrara a una sociedad y le hiciera sentirse orgulloso de su condición de ciudadano de una patria común? Embebidos por la ilusión reinante, algunos, éramos jóvenes, llegamos a acariciar ideas de ese pelo. 

Reviso las fotos que hice en los días posteriores a aquel domingo 15 de mayo inaugural y me fastidia no salir en ninguna: el selfi no se había inventado. Porque también intuíamos que quizá fuera la última oportunidad de vencer al desencanto por la política y eso sería algo realmente histórico. Nos resistíamos a pronosticar lo que a la postre pasó: que, a excepción de un Más País al que aún le quedaría crédito, partidos como Podemos acabaron ofreciendo el más de lo mismo de nuestra historia española más triste, aquella que es como la morcilla de Burgos: está hecha de sangre y (se) repite. 

Éramos jóvenes y estábamos locos, pero también había gente de todas las edades y, lo mejor, de todos los pelajes. Como si al entrar en esa plaza se tirarán los carnés ideológicos, los prejuicios, las superioridades morales y los tribalismos cainitas. Tenía algo de tarde de toros en San Fermín. Como aquella vez en que nos colamos en no sé qué campamento de Sol y ayudamos a ordenar las propuestas que tal colectivo había ido recopilando, en infinitas cartulinas. Sonaba naíf pero era también una manera de enunciar los problemas. 

¿Acaso hoy no hay problemas? 

Me gustaba ese proyecto común de juntarse a enumerar las cosas que se podían mejorar. Esas asambleas en las que participaba alguien que sabía de algo, micro en ristre, y los demás aportaban también sus ideas. Un volver a la política en sentido literal, es decir, de preocuparse de las cuestiones de la ‘polis’. Yoga significa ‘unión’ y ese debería ser el fundamento de toda política, aunque nos hayamos acostumbrando a precisamente lo contrario.

Pienso, de pronto, en recuperar ese 15M bueno, tan bueno como dicen del colesterol bueno, y aplicarlo a ese ideal, aún por bosquejar, de la Tercera Navarra. En la Plaza del Castillo y con buen vino de la Ribera. Si Osasuna y los Sanfermines consiguen unir a los distintos, ¿no podría existir un proyecto político que lo lograra? 

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